Desmontando el mito andaluz
tor territorial e identitario; es decir, qué formación se convierte en el “partido nacional” de cada comunidad. Y en esa fase del proceso son decisivas las elecciones de 1979. En esa cita, y a diferencia de 1977, el PSOE andaluz pierde en escaños ante la UCD, aunque sume más votos. Y eso ocurre porque aparece un eficaz antagonista en el espacio de centro y centroizquierda: el andalucismo del PA, con 326.000 votos y 5 escaños.
En aquel momento, los socialis56 tas, con su núcleo sevillano a la cabeza, saben que, sin ganar en Andalucía, no hay victoria posible en España. Y, por ello, modifican el relato y se convierten en el partido que con mayor ahínco defiende el autogobierno andaluz. De hecho, cambian incluso el cartel y ponen al frente de la operación a un socialista entregado a la mística del andalucismo: Rafael Escuredo.
Ya no hará falta llegar a las elecciones españolas del cambio en octubre de 1982 para cosechar los réditos de esa operación. En junio del mismo año, las primeras autonómicas andaluzas darán al PSOE 66 escaños en una Cámara de 109 y casi el 53% de los votos (el 61% al conjunto de la izquierda).
Sin embargo, esa inversión de mayorías aún más amplia que la que se produjo el pasado domingo no significó necesariamente que Andalucía se hubiese convertido
Cádiz
Sevilla
Cádiz
Granada Almería Málaga
LAS ELECCIONES DE 1977
Izquierda: Centro*+derecha:
Córdoba
Jaén
Granada Almería Málaga ideológicamente en lo que no era apenas tres años atrás. Lo que había ocurrido es que la izquierda, y concretamente el PSOE, se había transformado en el “partido nacional de Andalucía” y el que mejor defendía los intereses de la región (y de quienes recibían subvenciones). Y, en paralelo, la torpe gestión del proceso preautonómico que realizó un reticente centroderecha a lo largo de 1980, cristalizó en un estigma –asociado a la imagen del “señorito andaluz”– que se prolongó durante décadas.
Ese estigma se sostuvo hasta diciembre del 2018 –y de ahí la impotencia del PP–, pero saltó en pedazos por el profundo desgaste local del Partido Socialista y de su candidata –lo que desmovilizó a su electorado natural– y, sobre todo, por la irrupción de un nuevo pasajero, la ultraderecha de Vox. Este actor generó una nueva mayoría al rentabilizar en términos de activación electoral el malestar ideológico de los sectores más inmovilistas de la sociedad andaluza y la histeria territorial ante el proceso independentista catalán que habían promovido PP y Cs. La explotación política de la inmigración fue solo un efecto colateral en una Andalucía que había cambiado demográfica y socioeconómicamente a lomos del relevo generacional, y que el PSOE no supo detectar ni afrontar a tiempo.
Lo que ocurrió el domingo consuma simplemente ese cambio de escenario. La izquierda radical se suicidó a través de una dispersión que restaba credibilidad a su discurso buenista y voluntarista. La ultraderecha se consolidó como el receptáculo natural de los sectores más apocalípticos y refractarios de la sociedad andaluza, y el PP hizo lo propio como el nuevo “partido central de Andalucía” desde un sutil andalucismo español. Los populares arrollaron a un PSOE lastrado en su identidad por los forzados pactos de Pedro Sánchez con el secesionismo en Madrid. Sin olvidar el hambre de victoria del electorado conservador y el temor a Vox, expresados en una descarnada apuesta por el voto útil a costa de la liquidación de Cs.
La gestión real fue lo de menos. El relato era lo que pesaba y Moreno Bonilla se lo apropió desde la presidencia de la Junta. Eso le entregó la mayoría absoluta, pese a tener un competidor a su derecha, como también lo tenía el PSOE a su izquierda. Claro que con una intención de voto directo que superaba el 32%, la mayoría absoluta no supuso una gran sorpresa.c
Andalucía no siempre fue un territorio ideológico aplastantemente de izquierdas
El voto útil y el relevo generacional llevan al PP a sustituir al PSOE como el partido central andaluz