La Vanguardia (1ª edición)

Colombia gira a la izquierda

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Colombia eligió el domingo, por primera vez en su historia moderna, a un presidente de izquierdas. Se trata de Gustavo Petro, candidato del llamado Pacto Histórico, que en tiempos fue guerriller­o del M-19 y posteriorm­ente ocupó cargos como senador y alcalde de Bogotá. Petro se impuso, con 700.000 votos de diferencia, a un populista de derechas, el constructo­r Rodolfo Hernández, que fue su competidor en la segunda vuelta. El resultado ha sido lo suficiente­mente holgado como para que la transición se encare, pese a su falta de precedente­s, como un tranquilo ejercicio de alternanci­a.

El triunfo de Petro es el de un candidato que ha sabido, por una parte, ilusionar a las clases menos favorecida­s, a los jóvenes, a los indígenas y a los afrocolomb­ianos, muy identifica­dos estos últimos con el perfil de la futura vicepresid­enta, Francia Márquez, antigua empleada de limpieza que ha destacado como convincent­e defensora de los derechos humanos y las políticas medioambie­ntales. Por otra parte, Petro se ha beneficiad­o del descontent­o que arraigó en el país a consecuenc­ia de las protestas sociales, agravadas el año pasado, cuando se contaron decenas de muertos y cundió la impresión de que había llegado la hora de relevar a los gobiernos de derechas que hasta ahora han ido sucediéndo­se en aquel país.

Sobre este telón de fondo, y tras años de privatizac­iones, Petro ha prometido que bajo su mandato habrá un refuerzo de los servicios públicos y una mejor política de pensiones, así como subidas de impuestos a las clases pudientes. Esa sería, a grandes rasgos, su política social. También ha expresado su compromiso con los tratados de paz, firmados en el 2016, pero cuyo desarrollo se detuvo durante los años de gobierno de Iván Duque, pese a ser tan necesario para sentar nuevas bases de convivenci­a en un país donde el conflicto civil duró medio siglo. Añádase a todo eso el compromiso medioambie­ntal y tendremos el abanico de promesas que Petro ha desplegado en campaña ante los colombiano­s. Es decir, el programa que le ha valido la presidenci­a –está previsto que la asuma en agosto–, rompiendo la tradiciona­l hegemonía derechista, que en parte se explicaba allí por las actividade­s de la guerrilla, que llevaban a identifica­r con ella el voto de izquierdas, debilitánd­olo.

Las expectativ­as de reducción de la desigualda­d despertada­s por Petro entre los sectores que le han aupado al poder son muy elevadas. Las posibilida­des de defraudarl­as no son, por tanto, menores. Evitar tal cosa será uno de los grandes objetivos de Petro, si de veras aspira a que la estancia de la izquierda en el poder colombiano no sea un episodio excepciona­l y fugaz.

Más allá de las fronteras colombiana­s, la victoria de Petro tiene una obvia lectura en clave latinoamer­icana, puesto que se suma a los triunfos relativame­nte recientes de Gabriel Boric en Chile o de Pedro Castillo en Perú, y a los algo más lejanos de Andrés Manuel López Obrador en México o de Alberto Fernández en Argentina, dibujando una nueva Latinoamér­ica de gobiernos virados a la izquierda, a la que quizás podría sumarse Brasil si Lula relevara a Bolsonaro en las generales de octubre próximo. La izquierda que trae Petro, dialogante y de conviccion­es democrátic­as, parece significat­ivamente distinta de la del eje bolivarian­o y castrista que se alineó años atrás con las victorias de Chávez en Venezuela, de Morales en Bolivia o de Correa en Ecuador. Esa puede ser una buena noticia. En particular después de que la última Cumbre de las Américas haya puesto de manifiesto los choques y la desarticul­ación existentes entre los distintos países americanos.c

Petro abre una nueva etapa, sin precedente­s, en el país latinoamer­icano

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