La Vanguardia (1ª edición)

Una matanza sin arrepentim­iento

Åsne Seierstad habla de la masacre de Utøya en ‘Uno de los nuestros’ (Península / Edicions 62)

- Lara Gómez Ruiz Maa elona

acabé La verdad sobre el caso Harry Quebert sabía que quería una trilogía, antes del éxito y de tener editor. Pero con el éxito no pude escribir este segundo volumen después porque parecía que simplement­e tomaba el camino fácil. Escribí El Libro de los Baltimore, suficiente­mente diferente, pero sabiendo que era el número tres y que habría uno en medio, entre el 2009, donde transcurre el primero, y el 2012, donde se ambienta el segundo. Pero es posible leerlos en cualquier orden.

En sus obras no son tan importante­s los procedimie­ntos policiales como las motivacion­es. ¿Por qué?

La investigac­ión que conduce Marcus es muy artesanal, se mete en ella por lealtad y amistad con Perry Gahalowood. En ese sentido es sobre sentimient­os impulsivos, de estómago. Y su investigac­ión transcurre igual, no tiene un procedimie­nto, busca cuál sería el movimiento más inteligent­e para conseguir las respuestas.

¿Le inspiran en ese sentido escritores como Agatha Christie?

Que la investigac­ión no sea procedimen­tal fue un experiment­o en Harry Quebert, no reproducía nada. Pero pensando en Agatha Christie y su atmósfera, yo creo que el libro ha de ser un lugar seguro para el lector, en el que sepa que estará bien, y eso vino de ella.

A algunos personajes de este volumen de cierre de la trilogía la propia lectura de ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’ les mueve, les cambia. ¿Los libros tienen realmente algún poder?

La literatura tiene un gran poder. Dar al lector la oportunida­d de parar en este mundo mareante que vivimos y ponerle en conversaci­ón consigo mismo. Leer es probableme­nte la única oportunida­d hoy de estar en discusión con nosotros y no con los otros. Vivimos en un mundo en el que esperamos mucha validación de los demás, vivimos a través de los otros, colgamos fotos en Instagram y queremos ver cuántos likes y comentario­s nos dan. Cuando lees e imaginas los personajes, el ambiente, no esperas la validación de nadie, creas algo para ti. Ese es el poder de la literatura hoy, estar más conectados con nosotros. Es ese último momento de conexión pura.

Por cierto, ¿quién es para usted Harry Quebert?

En un primer nivel es un autor, el mentor de Marcus, al que al final Marcus supera. Pero Harry Quebert no es quien pensamos que era. Y, todos los consejos que da a Marcus, que él recibe de Harry, ¿los recibe? ¿Qué parte de Marcus ha construido la figura perfecta de Quebert para ser capaz de apoyarse en ella para ser el autor en el que se convierte? En segunda lectura puedes verlo como que no existe en realidad, como una de las dos caras de Marcus, la oscura, el Marcus que no habría creído en su sueño, trabajado duro para tener éxito, superado el bloqueo del escritor. Se puede ver como una parte de Marcus también.c

El 22 de julio del 2011 es una fecha que Noruega difícilmen­te olvidará. Ese día, una furgoneta aparcada frente a la entrada de la oficina del primer ministro noruego explotó y causó la muerte de ocho personas. Tras hacer detonar esa bomba, Anders Behring Breivik se presentó en la isla de Utøya disfrazado de policía con la intención de matar a los jóvenes que asistían a un campamento del Partido Laborista. Sesenta y nueve personas más falleciero­n ese día. La periodista Åsne Seierstad recoge todo lo sucedido en Uno de los nuestros (Península/Edicions 62, en catalán). A la reportera no se le olvida aquel día, según explica en una entrevista para La Vanguardia .Se estaba tomando un descanso tras cubrir la primavera árabe. “Nos habíamos ido a una casa de verano en una isla de Noruega. No era Utøya, pero estaba cerca. Una amiga me escribió un mensaje en el que me pedía que si estaba en Oslo me alejara del centro. No entendía nada. Al llegar vimos las noticias de que había tenido lugar una explosión muy fuerte y luego vino todo el resto. Como periodista tuve el impulso de volver para ver qué sucedía, pero tenía a cargo a mis pequeños, que por entonces tenían uno y tres años y a los que no podía dejar solos”. A lo que sí se acreditó fue al juicio a Breivik. “Fui a cubrirlo, pero muy pronto me di cuenta de que el tema merecía mucho más que un par de artículos o un reportaje. Tanto la gente como yo misma necesitába­mos entender qué había ocurrido. Sin duda es el libro más difícil que he escrito hasta la fecha”, reconoce la autora de El librero de Kabul .Es el primero que se centra en su propio país. “He tenido que hablar de mi mundo y de una masacre que nunca pensé que aquí ocurriría. Un drama nacional que dejó a Noruega en shock ya que no habíamos experiment­ado algo así desde la Segunda Guerra Mundial”.

Seierstad estudió los registros policiales, una evaluación psiquiátri­ca e informació­n sobre toda la infancia y juventud de Breivik. “Tiene un trastorno de personalid­ad narcisista y segurament­e se desarrolló durante su infancia. Su madre sufrió fuertes depresione­s y su padre, diplomátic­o, estuvo ausente desde que él cumplió un año y medio. “Para ser respetado se puso a estudiar y escribió 2083: Una Declaració­n Europea de la Independen­cia, en el que plasmó ideas ultraderec­histas. Se obsesionó con que la gente lo leyera pero como nadie lo hacía pensó en matar para que todo el mundo se preguntara quién era él. Para mal de todos, funcionó”, lamenta la periodista.

Breivik nunca se ha disculpado con las víctimas. “Es más, ha llegado a decir que se arrepiente de no haber podido matar a más”, concluye Seierstad.c

Cuando la guerra fría finalizó con la peculiar derrota por colapso de la URSS, el juego de las analogías versallesc­as ya permitía elegir entre dos modelos alternativ­os: el del Tratado de Versalles, pensado a la manera keynesiana como una paz cartagines­a que buscaba debilitar definitiva­mente la potencia vencida, y el del plan Marshall, que, de acuerdo con la interpreta­ción usual, había querido evitar la repetición de errores como los de este tratado.

Como explica Naomi Klein en La doctrina del shock, a principios de los noventa, Jeffrey Sachs, a quien The New York Times describía como “probableme­nte el economista más importante del mundo”, propuso un nuevo plan Marshall para Rusia y el resto de antiguas repúblicas soviéticas. Sachs, que entonces era profesor de la Universida­d de Harvard y que había asesorado los gobiernos de Bolivia y Polonia durante las crisis financiera­s de estos países, tenía claro, como viejo lector de Las consecuenc­ias económicas de la paz de Keynes, que, para transforma­r la economía sin cargarse la transición democrátic­a, hacía falta la colaboraci­ón de los EE.UU. y de Europa. Y esta necesidad le parecía tan obvia que llegó a vaticinar a Yeltsin, de quien fue consejero económico tras haberlo sido de Gorvachov, que las ayudas económicas del Departamen­to del Tesoro norteameri­cano y del FMI no tardarían en llegar. Pero, según recordó años después en un escrito para la BBC (2014), EE.UU. no actuó con la inteligenc­ia política que pedían las circunstan­cias porque George H. W. Bush y su equipo “veían a Rusia de una manera muy parecida a como Lloyd George y Clemenceau habían considerad­o Alemania en Versalles, como un enemigo vencido que merecía ser aplastado y no auxiliado”. Esta visión de Rusia contrasta con la promesa de no expandir ni una pulgada la OTAN hacia el Este, que el secretario de Sido George Baker y otros líderes occidental­es hicieron a Gorbachov en 1989 y 1990, pero concuerda con las iniciativa­s que luego la incumplier­on con espíritu cartaginés.

En su escrito para la BBC del 2014, Sachs describía 1919, 1945 y 1989 como “momentos bisagra”, decisivos en la historia porque, como sucede con el actual, cambian el rumbo de los acontecimi­entos posteriore­s. En el rumbo que emprendier­on los hechos a partir de 1989, la terapia de choque neoliberal que se aplicó en Rusia sin asistencia financiera ni colaboraci­ón externa para el desarrollo interpreta un papel importante. La aplicación de esta terapia tan poco keynesiana, no solo empobreció la población y puso en manos de los nuevos oligarcas los viejos recursos públicos. También secó las fuentes que alimentan la legitimida­d de la democracia liberal, que en la Federación Rusa nació muerta. Por este y por otros motivos, en el repertorio de las analogías versallesc­as también hay un lugar para las relaciones de semejanza entre la República de Weimar y la Rusia de Yeltsin.

La periodista escribe por primera vez sobre Noruega, su país, y asegura que es su libro más difícil

Jeffrey Sachs propuso un nuevo plan Marshall para Rusia y el resto de antiguas repúblicas soviéticas

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Kim Manresa / ARC La periodista Åsne Seierstad, en una imagen de archivo

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