La Vanguardia (1ª edición)

Denísov habló dos horas contra la guerra, perfectame­nte consciente del riesgo que asumía

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un frappuccin­o made in Starbucks? Bueno, a primera vista, sí. La guerra la ordenó el Gareth Bale ruso. Si esa es la lógica, entonces sí que es injusto excluir de Wimbledon a Medvédev, son injustas todas las sanciones que se han tomado contra Rusia por la guerra en Ucrania, es injusto que cualquier ruso sufra cualquier tipo de boicot salvo el propio Putin. Si Nadal y la ATP lo ven así, que lo digan.

Y que se lo digan a Ígor Denísov. La mayoría de los rusos aprueba la guerra; poquísimos se han atrevido a denunciarl­a. Denísov, capitán de la selección rusa de fútbol entre el 2012 y el 2016, sí se ha atrevido. “Un completo horror”, dijo en una entrevista hace cinco días. Fue más lejos. Se declaró a favor del boicot deportivo contra su país. Y discrepó con Nadal. “Si nuestro país entró allí, yo considero que es culpa de todos nosotros”.

Denísov habló dos horas contra la guerra, perfectame­nte consciente del riesgo que asumía. “A lo mejor me arrestan o me asesinan después de estas palabras” dijo, “pero estoy diciendo las cosas como son”. ¡Qué huevos! Denísov vive en Rusia. Medvédev, que no ha dicho ni pío contra Putin, vive en Mónaco. La injusticia, Rafa, no es que tu compañero ruso no juegue en Wimbledon. La injusticia—la vergüenza–es que le dejen seguir jugando en todos los demás torneos del circuito internacio­nal.

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