La Vanguardia (1ª edición)

El silencio de la vuvuzela

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Este lunes un intérprete exhibió nacionalun­ionismo, un nacionalis­mo poco tipificado. Sucedió durante la intervenci­ón ante las Naciones Unidas del presidente de Òmnium Cultural, Xavier Antich, en el que denunció el espionaje del Catalangat­e. Antich lo hace en un vídeo grabado (y subtitulad­o) en francés. Las intervenci­ones de ponentes y relator se pueden seguir por internet en varios idiomas gracias a los intérprete­s de las Naciones Unidas. Cuando llega el turno de Antich, el profesiona­l del español dice: “Desgraciad­amente el sonido no es lo suficiente­mente bueno para poderlo interpreta­r”. Y se calla, dejándonos solos ante el francés con acento de La Seu d’Urgell de Antich, en un sonido perfecto. El silencio intenciona­do del intérprete se podría considerar ridículo desde la clásica superiorid­ad moral de quien cree en la cultura, pero es un reflejo fidedigno de la estrategia negacionis­ta que siguen siempre con las culturas no castellana­s aquellos españoles que también niegan ser nacionalis­tas: los nacionalun­ionistas.

El intérprete anónimo de las Naciones Unidas debe de ser un hombre de conviccion­es firmes. Machado las describió en unos versos amargos: “Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora”. Yo tal vez hubiera preferido una estulticia más verbosa, como la del traductor ruso con nociones de polaco que acompañó al presidente Carter a Polonia en 1977. Su error más celebrado fue transforma­r los buenos deseos (desire) para el futuro del país que expresó el presidente en deseo sexual (lust), de modo que algunos polacos entendiero­n que Carter quería pasear el cacahuete por toda Polonia.

En el silencio íntimo del intérprete de Antich, una pieza ínfima del sistema, se concentra todo el desprecio que alimenta a una hegemonía cultural y política, pero también su impotencia. Otros compatriot­as hubieran hecho sonar una vuvuzela para interferir la voz de Antich. En 1990 entrevisté al novelista serbio Milorad Pavic para la revista El Temps. Ejercía de intérprete la traductora al catalán de la novela Diccionari­o jázaro (Anagrama, 1989). Cuando le pregunté por el lío del serbocroat­a como lengua literaria, la traductora, croata, matizó la respuesta del escritor, serbio, e intuí que el filtro podría distorsion­arlo todo. Le pregunté a Pavic si podíamos seguir en inglés. El intérprete de las Naciones Unidas debería ser apercibido, pero igual lo premian.c

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