La Vanguardia (1ª edición)

De la ruina a la vida

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también literatura autóctona, como L’Albufera de València, de Joan Fuster; La València contada, de Baydal, Aparisi y Esquilache;o València 1952, de Robert Frank. “Todavía no sabemos el tipo de público que tendremos”, explica el encargado de la librería, donde se podrán adquirir también catálogos de las exposicion­es y souvenirs vinculados a las mismas.

La inauguraci­ón del CaixaForum supone todo un hito para València, y da vida a un edificio, el Àgora de Santiago Calatrava, que inauguró en su día el expresiden­t Francisco Camps sin que se supiera cuál podía ser su uso. La Fundació La Caixa ha resuelto la duda, y con éxito.c caixaforum val cia r ui c o Y>-I; Z icaci [\] ] ]

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Salvo en Zaragoza, donde Carme Pinós construyó un edificio de nueva planta, la mayoría de los CaixaForum se ubican en construcci­ones preexisten­tes rehabilita­das. En Barcelona se recuperó miméticame­nte la fábrica Casaramona de Puig i Cadafalch. En Madrid, Herzog & De Meuron reinventar­on la Central Eléctrica de Mediodía. En Sevilla, Vázquez Consuegra ocupó un subterráne­o. Ahora, en València, CaixaForum ha afrontado un reto superior: insuflar vida al Ágora, último edificio de Santiago Calatrava en la Ciudad de las Artes: un costillar de acero de 80 metros de altura que nació sin programa claro y se usó de uvas a peras para torneos de tenis, desfiles de moda y el Campus Party informátic­o. Tras eso, y desde el 2015, el Ágora ha sido una ruina contemporá­nea.

El interés de La Caixa por instalar en el Ágora un CaixaForum es, pues, una bendición para València (donde tiene ahora su sede Caixabank). Y el criterio con que Enric Ruiz-Geli, al frente de Cloud-9, ha planteado su transforma­ción ha sido acertado. A diferencia de otros proyectos que concursaro­n, el autor del MediaTIC y de la Fundació El Bulli no propuso un único edificio en el interior catedralic­io calatraveñ­o, sino varios: “un paisaje”.

Dicho paisaje se compone de varios órganos esparcidos en la caja torácica que es el Ágora: el cerebro (la administra­ción y la tienda), el corazón (las salas de exposicion­es), el estómago (el restaurant­e) e, incluso, el alma (la “nube”, su pieza central, dedicada a educación e IA).

Cada uno de estos órganos obedece, con sus caracterís­ticas biomórfica­s y sus prestacion­es, al relato medioambie­ntal e investigad­or de Ruiz-Geli. Lo hace con ahorro energético y bajas emisiones, con jardines verticales en muros curvos, con bóvedas catalanas de cerámica y fibra de vidrio, con exoesquele­tos estructura­les de 3-D o con la obra (mil troncos de roble) de Frederic Amat en el auditorio.

Ruiz-Geli construye así un discurso de convivenci­a, pero también disruptivo, respecto a Calatrava: colores versus el blanco; formas orgánicas y caprichosa­s versus la simetría; materiales ligeros versus el peso del acero.

Todo esto era importante, pero no bastaba para dar con el equilibrio y evitar que la potencia de Calatrava se comiera la nueva intervenci­ón. Ruiz-Geli ha logrado evitarlo, aunque a veces sus componente­s parezcan más escenográf­icos que arquitectó­nicos. Aun así, lo más importante no es eso, sino que de su mano el Ágora revive como centro cultural. No ha sido una empresa barata –la obra costó en su día unos 100 millones, requirió 4 más para sellar el techo y repintarla, y ahora 19 para convertirl­a en CaixaForum. Pero, como suele decirse, bien está lo que bien acaba.

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