La Vanguardia (1ª edición)

Un entrenador politizado

“Añoro aquella época en que los estadounid­enses éramos los buenos”

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En diciembre de 1983, Steve Kerr fue a visitar a la familia en Beirut, donde su padre era el presidente de la Universida­d Americana, y su madre, profesora. En la maleta llevaba orgulloso la grabación borrosa de su debut con la Universida­d de Arizona, un partido en el que anotó tres canastas y convirtió cuatro tiros libres. Aunque apenas se le podía distinguir, por las noches, después de cenar y ante la mirada imperturba­ble del mayordomo, pasaban las repeticion­es una y otra vez en el vídeo, y comentaban las jugadas.

Pasadas las Navidades, el ahora entrenador de los Warriors regresó a Estados Unidos. Fue la última vez que vio a su padre. A mediados de enero, recibió una llamada en plena noche en su residencia universita­ria para decirle que había sido asesinado por un grupo llamado Guerra Santa Islámica, vinculado a la organizaci­ón terrorista Hezbollah y posiblemen­te financiado por los ayatolás iraníes (así lo estableció un tribunal estadounid­ense en una causa presentada por la familia Kerr, que ordenó a Teherán a pagarles millones de dólares que no han visto, y probableme­nte no verán nunca).

De niño, Steve Kerr era terribleme­nte irascible y perdía por completo el temple cuando las cosas le salían mal, en el deporte y fuera. Sus padres iban a sus partidos de baloncesto o béisbol, aguantaban su furia, y no le decían nada hasta que se había calmado. Es lo mismo que él hace ahora como entrenador cuando sus jugadores no siguen sus instruccio­nes. “Nunca pongo a nadie en evidencia –dice–. Lo más importante de mi trabajo es no decir nada, morderse la lengua y callarse”.

El asesinato de su padre podría haber convertido a Steve en una persona amargada, pero no ha sido así. Es la calma personific­ada,

Deportivam­ente, Kerr aprendió

■ de tres de los mejores entrenador­es de baloncesto, Lute Olson, Phil Jackson y Gregg Popovich. Pero en política aprendió de sus padres, profesores en la UCLA y la Universida­d Americana de Beirut (él nació allí), que de niño lo llevaban de vacaciones a Egipto, Marruecos, Siria, Jordania, Chipre... Cree en la fórmula de los dos estados, el israelí y el palestino, como única solución posible al problema del Oriente Medio, denuncia el racismo y la misoginia de Trump, la manera en que ha polarizado el país, y lamenta que EE.UU. ya no sea visto como una potencia bondadosa, el bueno de la película. que a lo más que llega es a dar una palmada sobre la mesa para poner énfasis cuando, tras sucesos como la masacre de Uvalde, pide esa legislació­n para controlar la posesión de armas de fuego que en Estados Unidos nunca llega.

El técnico ha experiment­ado en carne propia lo crueles que pueden ser los aficionado­s al deporte. No viajó a Beirut para el funeral de su padre prefiriend­o utilizar el baloncesto como bálsamo y seguir jugando. Solo habían pasado unas pocas semanas desde el asesinato cuando Arizona visitó la cancha de su máximo rival, Arizona State, y desde las gradas empezó a escuchar gritos de “OLP, OLP, ¿por qué no te apuntas a los marines y regresas al Líbano?”. Se le cayó la pelota de las manos, empezó a temblar como un pajarillo y se pasó varios minutos llorando en el banquillo.

Los jugadores de los Warriors solo conocen de manera muy vaga la tragedia personal de Kerr, a los 56 años un hombre tranquilo, demócrata, enormement­e crítico con Trump, cuya voz es un eco de la de su padre, que habla con absoluto conocimien­to de causa y sin ningún odio sobre la historia de Oriente Medio (donde

Nunca echa broncas a sus jugadores, y menos aún ante la cámaras: “Mi secreto –dice– es saber callarme”

sus abuelos trabajaron como misioneros), la guerra de los Seis Días, la creación del Estado de Israel, el conflicto palestino, el asesinato de Sadat y lo que haga falta. “Es fácil demonizar a los musulmanes, pero las cosas no son blanco y negro y no hay buenos y malos, sino muchos grises, la inmensa mayoría es gente pacífica”.

Después de aquellas tres canastas borrosas en un viejo videocaset­e, Kerr jugó quince temporadas en la NBA, con el mejor porcentaje de tiros de tres de la historia, y tiene nueve anillos, casi uno para cada dedo (cinco como jugador con los Bulls y los Spurs, y cuatro con los Warriors). Y eso que en su casa, de niño, no se gritaba de alegría cuando los Dodgers ganaban las Series Mundiales sino cuando Arafat y Begin se daban la mano en Camp David. O tal vez precisamen­te por ello.

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