La Vanguardia (1ª edición)

Un terremoto sepulta a más de mil personas en Afganistán

La primera catástrofe natural bajo los talibanes pone a prueba su aislamient­o

- Jordi Joan Baños Estambul. Correspons­al

La tierra rugió mientras todos dormían. Afganistán sufrió en la madrugada de ayer el peor terremoto de los últimos veinte años, con un balance de por lo menos 1.030 muertos y 1.500 heridos, principalm­ente en la provincia oriental de Paktika. El país, que durante las dos décadas de ocupación estadounid­ense concentró en su capital a un verdadero ejército de cooperante­s, se enfrenta ahora prácticame­nte solo a esta calamidad.

El seísmo, de una magnitud de 5,9 grados, se desencaden­ó a la 1.30, en una sacudida que pudo sentirse desde Kabul hasta Lahore, en Pakistán.

Los distritos de Barmala, Ziruk, Naka y Gayan fueron los más afectados. En este último, siete de cada diez viviendas han sufrido desperfect­os. También hay víctimas en las provincias vecinas de Khost y Nangarhar.

Para el régimen talibán se trata de la primera oportunida­d de demostrar, también en el campo humanitari­o, la incompeten­cia que demuestran en todo aquello que sea ajeno al Corán y la guerra de guerrillas.

Aunque cinco helicópter­os alcanzaron Paktika, hubo que recurrir a la evacuación por carretera a causa de las lluvias torrencial­es y 50 ambulancia­s lograron trasladar a 130 heridos al hospital provincial.

Paktika es una de las provincias más empobrecid­as del país más pobre de Asia y la mayoría de sus vecinos, pastunes, viven en casas de adobe de una planta. Esta circunstan­cia simplifica las labores de rescate y reduce el balance de muertos.

En un solo distrito, el seísmo ha destruido 1.700 viviendas, según el coordinado­r humanitari­o de Naciones Unidas en Kabul, Ramiz Alakbarov. Este funcionari­o azerbaiyan­o ha señalado que la ONU no cuenta con equipos de rescate y desesAfgan­istán combro, pero que Turquía podría hacer el trabajo, si su embajada –una de las que permanecen abiertas en Kabul, junto a la de Rusia o China– recibe una expresión oficial de interés.

El río de desplazado­s confluirá en el mar de damnificad­os por décadas de guerra, que llegó a su fin en agosto pasado con el retorno de los talibanes a Kabul y la reinstaura­ción de su Emirato Islámico de Afganistán.

La ONU no lo ha reconocido, pero sus agencias humanitari­as y educativas mantienen una presencia en el territorio, aunque menor que antes. Mucho más notoria es la deserción de las oenegés internacio­nales, que durante sus veinte años de reinado en Kabul nunca tuvieron que afrontar una calamidad natural de esta dimensión.

“Instamos a todas las agencias de ayuda a enviar equipos para evitar una catástrofe mayor”, imploró el portavoz talibán, Bilal Karimi. La comida y el agua potable serán pronto la primera preocupaci­ón.

no es solo un escenario tradiciona­l de la pugna entre imperios, sino que también padece el choque entre la placa tectónica india y la euroasiáti­ca, origen de la cordillera del Hindu Kush.

La catástrofe de ayer es comparable a la del temblor que, en el 2002, dejó un millar de muertos, pero queda lejos de los 75.000 del terremoto del 2005 en la Cachemira pakistaní.

Para los talibanes, la desgracia podría ser una oportunida­d, si abre una grieta en el boicot internacio­nal a su régimen fundamenta­lista y discrimina­dor de la mujer. De momento es Pakistán quien roza un préstamo del Fondo Monetario Internacio­nal, mientras algunos se frotan los ojos por las connivenci­as entre Nueva Delhi y Moscú.c

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UnCredited / AP De madrugada. Muchas de las víctimas son niños; todo el mundo estaba durmiendo, bajo techo, cuando la tierra rugió.
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