La Vanguardia (1ª edición)

Un plasma en el urinario

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Hace unos años, el productor Peter Guber (El expreso de medianoche o El color púrpura) se horrorizó al ver una pantalla de plasma sobre un urinario, y temió que el mundo preferiría el microrrela­to que ocupara el tiempo de una micción a la narración dotada de suspense, conflicto y resolución de las historias cinematogr­áficas. Peor le ha ido al periodismo, donde los lectores digitales de noticias difícilmen­te sobrepasan el minuto. Los artículos largos o profundos tienen poca clientela. La opinión pública es el resultado de picotear sobre todo las redes sociales.

Estos días se ha difundido, sin consentimi­ento de los participan­tes, un vídeo sexual de ochenta segundos del actor Santi Millán con una mujer desconocid­a. Como todo chisme, ha tenido una gran difusión, por más que Millán advirtió que con ello no

La mujer de Millán ha respondido a tanto machista que ha querido convertirl­a en víctima

solo estaba siendo víctima de un ataque a su intimidad, sino que sobre todo se estaba cometiendo un delito. El vídeo ha sido retirado, pero sigue rebotando en WhatsApp. Pero más allá de los memes y los posts de Instagram que ha generado y que forman parte de esa sociedad líquida en la que nos ha tocado vivir, ha adquirido protagonis­mo Rosa Olucha, la esposa del actor y directora de televisión, que ha pegado una patada en el culo a tanto machista y paternalis­ta que ha querido convertirl­a en víctima.

Ha escrito Olucha en su perfil de Instagram que a todos los que le preguntan que cómo está o que le dan todo su apoyo, les responde que está bien, pero que deberían preguntar cómo está él, que ha sufrido un ataque a su intimidad. Y les advierte que ella no es ninguna víctima y que cada uno monta una familia según sus criterios; la suya está basada en la libertad, el respeto y la tolerancia. Para concluir que le da pereza que a estas alturas el sexo consentido y privado entre adultos cause aún escándalos en esta sociedad católica y patriarcal.

La reacción de la directora resulta ejemplar, así que quienes se apresuraro­n a compadecer­se de ella o a bromear con este asunto, lo que hicieron fue prejuzgar una relación privada que a nadie debería importarle. Olucha no es una pobrecita de mí. Pobrecitos son quienes se recrean en la vida de los otros, cuando es un asunto que solo compete a los interesado­s.c

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