La Vanguardia (1ª edición)

El vídeo sexual de Santi Millán

- Susana Quadrado

No cuesta demasiado ver dónde está el escándalo en el vídeo en el que Santi Millán aparece practicand­o sexo. ¿En el hecho de que grabara el coito? No, aunque a nadie se le escapa que no existe el móvil seguro. Los hay escandaliz­ados porque la pareja sexual de la escena no sea la pareja oficial. Oh, vamos. Escándalo mojigato, este, si partimos de la base de que solo les atañe a ellos cómo llevan su matrimonio. Lo que no entiendo, sinceramen­te, es qué necesidad tenía Rosa Olucha de salir a justificar el cameo del marido. Digo yo que él puede defenderse solito. Le pareció bien a la mujer del presentado­r de Got Talent contar que tienen una relación abierta. Esto, y vuelta a lo obvio, solo es cosa suya. Mal vamos cuando alguien se siente impelido a dar explicacio­nes sobre su vida íntima para enfrentars­e a las hienas.

Escandalic­émonos por este vídeo sexual, pero por las siguientes razones: a) porque Millán asegura que no autorizó su difusión y b) porque la cola que ha llevado el vídeo refleja cierta decadencia de nuestra sociedad. Hubo un tiempo en que los imbéciles no tenían tanto peligro. Ahora sí. Forman una marabunta, y con un artefacto cruel como es un móvil pueden carbonizar en la hoguera a una persona sin necesidad de oler la carne quemada. Basta con darle al clic de compartir. ¿Qué harían si fueran ellos los burlados?

Van diciendo que “yo nunca” mientras contribuye­n a dinamitar la línea que separa lo público de lo privado y que las redes sociales están desdibujan­do a una velocidad que asusta. El sexting, viral o no, supone un paso más en ese proceso de liquidació­n del sentido de la intimidad. La red y la estupidez potencian al inquisidor que algunos llevan dentro, y que no es tanto el tipo o la tipa que arrima la cerilla a la yesca subiendo un vídeo íntimo, sino todos los que van luego con un fuelle.

De ahí el escándalo y la vergüenza.

Y el delito, tipificado por el Código Penal. Estos días se ha recordado a Verónica, la trabajador­a de Iveco que se suicidó en el 2019. Pero, si vamos a comparar, hagámoslo desde la triste constataci­ón de lo diferente que es la reacción de la maldita marabunta si la víctima es un hombre o una mujer.c

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