La Vanguardia (1ª edición)

Yo ya me esfuerzo en poner buena cara y empatizar cuando recibo un mal servicio

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o no la barrera de salida del parking, al que había llegado media hora antes pero del que no podía salir por un error en la tarjeta facilitada por la empresa de alquiler. Naturalmen­te, no había nadie en la garita del lucrativo aparcamien­to, donde una voz lejana –la primera de tres– me desvió a la casa de alquiler, cuyo teléfono lo contestaba una cinta muy preocupada por mi elección del idioma. Vuelta a la oficina de alquiler...

El empleado me acompañó, masculland­o contra los del parking, y se enzarzó en animada discusión con una segunda voz lejana que se negaba a franquear la barrera. Tras una gestión ante la máquina de cobro, el empleado regresó y emergió otra voz lejana –la tercera– que tampoco se avenía a dejarme salir. En un descuido del empleado, trasladé el citado ruego a la voz, que se apiadó y yo me las piré, mientras ellos seguían discutiend­o sobre los tickets.

¿Disculpas? Ni una...

Una anécdota, sí. Otra más. Voy progresand­o y cuanto peor me atienden, más me esfuerzo en comprender que si los salarios bajos, la conciliaci­ón familiar, la inflación, el capitalism­o salvaje, el malestar laboral, Ucrania...

¡Cualquiera sigue a Adelita por tierra y por mar si se va con otro! Aquí yace Don Cliente Obsoleto.c

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