La Vanguardia (1ª edición)

El derecho a la pereza

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Un francoespa­ñol llamado Paul Lafargue escribió un panfleto, que acabó convertido en un manifiesto en el diario L’Egalité, titulado “El derecho a la pereza”. Se publicó a finales del XIX, cuando el maquinismo parecía liberar al hombre de las largas jornadas laborales. La tesis de Lafargue se podía resumir en que el trabajo era una imposición del capitalism­o, mientras que la pereza era más acorde con los instintos de la naturaleza. Hace medio siglo fue recuperado por los apologetas de la sociedad del ocio y ya vamos tarde en que los partidario­s del teletrabaj­o se lo hagan suyo. De hecho proponía una poco estresante jornada laboral de tres horas diarias.

Viendo lo que les cuesta a Pedro Sánchez y Pere Aragonès reunirse en la mesa de diálogo, podría pensarse que uno y otro están ejerciendo el derecho a la pereza. Están condenados

Sánchez y Aragonès se verán en julio, que no es tiempo para abordar grandes retos

a entenderse lo justo para no hacerse daño, pero ambos saben que son tan pocas las expectativ­as del encuentro que lo mejor es darse tiempo para no complicar más las cosas. Además, los últimos revolcones electorale­s del PSOE invitan a aquietarse. Ya lo aconsejaba san Ignacio: en tiempos de tribulació­n no hacer mudanza, ni forzar situacione­s. Pero algo hay que mover aunque sea para que nada cambie (demasiado). Se lo dijo Gabriel Rufián a Pedro Sánchez en el Congreso: “Esta situación los puede arrastrar a ustedes y a nosotros”.

No le fue fácil al ministro Félix Bolaños y a la consejera Laura Vilagrà explicar el sentido de su reunión de esta semana, más allá de anunciar que sus presidente­s se verán antes de agosto, lo que es momento para desearse buenas vacaciones más que para abordar grandes retos. Después del indulto a los presos del procés, que fue una apuesta personal del presidente, sabedor de que traería la calma a la sociedad catalana, prometió una agenda del reencuentr­o que la Moncloa y la Generalita­t sitúan en ámbitos distintos. La pereza es un reloj sin agujas, así que es difícil calcular los tiempos para avanzar en el diálogo. Lo sensato es que se vieran y se marcaran objetivos asumibles. La palabra utopía, lo escribió Saramago, al que citó Sánchez en su comparecen­cia en el Congreso, debería quitarse del diccionari­o, porque resulta una invitación a la pereza.c

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