La Vanguardia (1ª edición)

Fin de curso con asignatura pendiente

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Ha terminado el curso escolar 2021-2022. Y lo ha hecho en una atmósfera enrarecida, en buena medida debido a las malas relaciones entre el conseller de Educació, Josep Gonzàlez-Cambray, y la comunidad educativa. Acaba pues el curso, pero queda alguna asignatura pendiente, y no es menor. Hay más: desde la conselleri­a se anuncian nuevas medidas para el próximo curso, todavía sin concretar, que hacen temer a los docentes nuevas imposicion­es.

El conseller Gonzàlez-Cambray asumió su cargo en mayo del 2021, en una coyuntura muy condiciona­da por la pandemia, que llevaba más de un año entre nosotros y no daba entonces muestras de estar a punto de remitir. En esta circunstan­cia, cuando la comunidad educativa andaba ya muy estresada, apareció el conseller con un programa reformista que se tradujo en una sucesión de cambios, percibidos por los docentes más como un obstáculo que como una ayuda a su labor. Dicha sucesión llegó al culmen en febrero, cuando Gonzàlez-Cambray y el presidente de la Generalita­t, Pere Aragonès, anunciaron solemnemen­te reformas de calado, como el adelanto de una semana del inicio del próximo curso escolar 20222023. La comunidad educativa recibió ya dicha decisión como una afrenta. Principalm­ente porque consideró que era una medida unilateral, que se había tomado sin evacuar consultas previas con el sector.

Hay que recordar que el malestar de dicha comunidad profesiona­l tenía otras bases anteriores, algunas importante­s, como eran los recortes propiciado­s por la crisis económica, y que se arrastraba­n desde hacía dos lustros, precarizan­do la posición de los enseñantes y amenazando la calidad de su labor.

Gonzàlez-Cambray consiguió con sus medidas algo infrecuent­e: poner de acuerdo a directores de centros escolares –aliados tradiciona­les de la conselleri­a–, profesores, sindicatos y familias del alumnado, que seguían manteniend­o algunas discrepanc­ias entre ellos, pero descubrier­on su sintonía a la hora de oponerse a Gonzàlez-Cambray. De ahí se derivaron protestas y huelgas, que ya se llevaron a cabo. Y en el horizonte se perfilan ahora otras, mientras se exige a Educació más rigor y planificac­ión.

Desde febrero hasta ahora, las cosas no han mejorado. La comunidad educativa considera que la mayoría de sus reclamacio­nes no han sido atendidas. Por ejemplo, en el asunto de los nuevos currículos, que permiten pasar de curso a alumnos que según criterios del profesorad­o no alcanzan el nivel requerido. Por no hablar del tema del catalán y la sentencia del 25% de castellano, que tensa un poco más, esta vez con debates de propósito político, a una comunidad educativa ya muy estresada.

La educación es una responsabi­lidad central de todo gobierno. Y, naturalmen­te, es comprensib­le que el Govern introduzca reformas con el propósito último de reducir el fracaso escolar. Pero no puede hacerlo sin escuchar a quienes trabajan cada día a pie de aula y conocen al dedillo los problemas que deben afrontar y superar, a menudo en condicione­s que distan de ser óptimas. Su conocimien­to de la cuestión, en tanto que colectivo profesiona­l, es difícilmen­te superable. Por ello el conseller González-Cambray, en cuyo expediente, digámoslo todo, hay logros como la gratuidad de P2, tiene que adoptar otra actitud en sus relaciones con el sector ante el próximo curso escolar. Esa es su asignatura pendiente. Y es necesario que la apruebe si no quiere que el sector entre en otro curso tan tormentoso como el que acaba de terminar.c

Gonzàlez-Cambray debe dialogar más con los educadores en el próximo curso escolar

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