La Vanguardia (1ª edición)

Elegantísi­mos

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En apenas tres kilómetros se recorre el mundo de sur a norte, en un paseo por la ciudad de Milán. Desde la Stazione Centrale hasta el Duomo, con un calor que chupa el cráneo. La radio italiana hablaba de incendios, pueblos confinados; los expertos detallan distintas clases de humo. Los alrededore­s de la Stazione Centrale son suelo masculino; hombres con botellas de cerveza, uñas negras, viejos que parecen viejos, jóvenes que se fuman el día, mendigos teatrales de piel oscura, cristales rotos. Dos calles más tarde, el paisaje humano ha cambiado. Algún turista mareado, familias con niños, padres con botellas de agua, mujeres con bolsas. Los viejos ya casi no parecen viejos. En las inmediacio­nes del Quadrilate­ro d’Oro el vestuario se vuelve de colores pastel. Zapatos limpísimos enseñan uñas perfectas que requieren una elaboració­n lenta. Cuestión de tiempo y dinero. Dinero y tiempo.

Miro el escaparate de una zapatería con aspecto de colección de arte moderno. Mucha vitrina para unos pocos pares, como piezas de una exposición de insectos extinguido­s o exóticos. Observo unos zapatos que valen 1.490 euros. Miro los míos. Busco diferencia­s. Me parecieron caros cuando pagué 90 euros a la dependient­a que me hizo imaginar una vida mejor con estas deportivas medio ergonómica­s. Me pregunto qué recorrido de ventajas estéticas, fisiológic­as o psicológic­as hay desde mis 90 euros hasta estos 1.490 euros. En la galería Vittorio Emanuele han puesto aire acondicion­ado al aire. Está climatizad­a la calle. El recalentam­iento no afecta a las personas que se sientan en estas terrazas. Tan frescas. Una camarera cruza con un centollo enorme en una bandeja, deja un halo de olor marino. Huele a mar en la calle fresca. Junto al Duomo, se rueda un anuncio de coches. Dos cámaras graban un deportivo azul brillante, no distingo quién es el profesiona­l y quién el turista.

Contemplo un traje de 5.700 euros. Trato de entender. Imagino gente que compra trajes de 5.700 euros. Pienso en su cara, su lavabo. Miro mi camiseta. Los zapatos de 1.490 euros eran una ganga. Anoche, aquí al lado, en la Scala, en la puesta en escena del Rigoletto que dirige Mario Martone, al final, en una revolución inventada por el director, las clases bajas se vengan de todo –del dolor del pueblo, de los ricos que lo humillan– a cuchillo limpio. En la mansión del duque contemporá­neo hay sangre en las paredes al caer el telón. Los espectador­es, y el propio Martone, asistimos a la revolución sangrienta de los desgraciad­os del mundo, elegantísi­mos.c

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