El escritor que ‘resucita’ amigos
Emanuele Trevi convierte a dos escritores muertos en protagonistas de su nuevo libro
mujer en un bar, o personándose en un juzgado a mediar en favor de unos acusados por un tema de drogas. “Hay cosas que, si fuera ficción, no las escribiría porque son inverosímiles”.
Resulta increíble que no le pillaran en alguno de los trámites que realizó. “Para renovar el carnet de conducir de su hermano muerto, corrompe a un funcionario con dinero. Una vez acaba en comisaría pero, como no cotejan sus huellas digitales, no se dan cuenta de quién es, ese mundo no estaba informatizado, hoy sería imposible. Luego, quiso figurar como padre de su hija y fue al Registro Civil”. La explicación de su éxito es múltiple: “Faltaban recursos, lo buscaron unos días pero seguramente no volvieron a intentarlo y él tampoco reincidió. Había una enorme conflictividad y delincuencia, con constantes asesinatos y atracos que hacían que se priorizaran las detenciones de los delincuentes más célebres o importantes”.
La Sombra fue un adolescente que robaba coches abriéndolos con los tenedores de la ensaladilla rusa que dan en los bares, que había cometido atracos desde los 11 años (aunque no con peluca femenina, como su hermano) y, de hecho, ya había pasado dos años en la Modelo, de los 16 a los 18.
El autor retrata las cárceles españolas de la época (ríanse ustedes de El expreso de medianoche) y regala anécdotas, como la coincidencia de la Sombra con el Vaquilla así como con Rafi Escobedo –el condenado por el crimen de los Urquijo– “a quien vio tan desvalido que protegió de los ataques de los demás reclusos”.
¿Hubiera acabado siendo mucho peor en la cárcel? “Él piensa eso, yo no justifico ni valoro –responde el escritor–. Él cree que su forma de reinsertarse fue huir, que la cárcel le habría condenado a un nivel mayor de barbarie”.
Sobre la posible reacción de los familiares de la víctima, el autor entiende “que será desagradable, si me leen, descubrir que el culpable eludió la cárcel y la indemnización millonaria. Les he tenido siempre presentes y ojalá el libro no contribuya a remover la herida de algo irreparable”.
¿No podremos hablar un día con la Sombra? “No creo. Ayer estuve con él. No lo ha hecho por vanidad ni por interés económico, tampoco cree que lo que ha hecho sea memorable. Le ha servido para sacarse cosas de dentro”.
Hoy, con 64 años, La Sombra “es un hombre corriente, de vida humilde, uno entre tantos”. No sabremos qué piensa de este artículo ni si fue a la presentación del libro, a cargo de Jordi Évole.c
Emanuele Trevi (Roma, 1964) tenía dos amigos, un escritor y una escritora. Los dos murieron prematuramente. Él se llamaba Rocco Carbone (1962-2008) y falleció en un misterioso accidente de tráfico mientas investigaba actividades mafiosas. Ella, Pia Pera (1956-2016), sufrió un proceso degenerativo como consecuencia de su esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Él encarnaba al típico escritor torturado. Ella, el vitalismo y la alegría. Él nunca fue traducido al castellano. Ella sí: su versión de Lolita (Diario de Lo) en los noventa y recientemente sus escritos sobre paisajes
Vivió sin DNI, sin ir al médico ni viajar al extranjero, usando el carnet de conducir de su hermano muerto
“Los infelices en el amor son los que repiten el mismo tipo de persona con el que se emparejan”
y jardines (Aún no se lo he dicho a mi jardín y El huerto de una holgazana).
Ambos son ya inmortales, como protagonistas de Dos vidas (Sexto Piso/Minúscula), el libro con que su amigo Trevi los resucita, que ganó el premio Strega 2021 (el más importante de las letras italianas) y que ha presentado estos días en Barcelona.
“Tal vez no tengo mucha imaginación y por eso utilizo historias reales – afirma, en conversación con este diario en una librería barcelonesa–, pero me dirijo a lectores que no los conocieron. Dentro de mil años, al lector de Carrère, Cercas o mío le importará un rábano si sucedió o no”.
Carbone murió mientras investigaba por qué en una comarca italiana moría mucha más gente de cáncer.
“Los calabreses, como él y yo, hemos crecido en un mundo criminal inimaginable para el resto del mundo. Le recomendé no hurgar más: ‘¡Tú no eres Roberto Saviano, no tienes oficio ni un gran medio detrás que te proteja, te van a matar!’, le decía. Fíjese en su accidente: muere al estrellarse su moto – le habían robado el coche y tuvo que cogerla– contra un coche aparcado, extraño ¿no?”.
Como escritores, Carbone “no pactaba con el mundo ni se preocupaba por el éxito, convertía sus sombras interiores en personajes reales” mientras que Pera empezó reescribiendo Lolita desde el punto de vista de la chica, algo que Trevi cree que “no tiene sentido, es mejor crear un nuevo mundo. La familia de Nabokov reivindicó sus derechos de autor, y consiguió que el libro se prohibiera, lo que la dejó muy tocada”.
Pera tradujo, además, a grandes autores rusos, como Pushkin, Lérmontov, Chéjov... “Le interesaban los personajes extravagantes, llamativos, aunque fueran místicos, nacionalistas, extremistas... Entre los españoles, le gustaba Eugenio d’Ors”.
Dos vidas es, ante todo, un canto a la amistad. Trevi, Carbone y Pera eran se conocieron en los años ochenta. “Ellos tenían más experiencia, pero los tres salíamos todas las noches y compartíamos el sueño de ser escritores. Ninguno había escrito nada todavía”.
Una relación a tres en la que “nunca hubo erotismo, eso une mucho... pero también separa”. Sí apunta, en cambio, que “el componente sádico de Rocco y el masoquista de Pia coincidían y eso dio pie a una amistad profundísima”. Trevi va observando, las relaciones amorosas de sus amigos y llega a conclusiones como que “los infelices en el amor son los que repiten el mismo tipo de persona con el que se emparejan: como quien se compra un nuevo coche de la misma marca que no le ha funcionado”.c
Emma Thompson tiene sesenta y tres años. En Gran Bretaña acaba de estrenar Good luck to you, Leo Grande, una película en la que interpreta a una profesora de religión, viuda, que nunca ha tenido un orgasmo ni una vida sexual basada en una mínima reciprocidad del placer. Esta es una de las razones por las cuales decide contratar los servicios de un joven prostituto –trabajador sexual, le llaman– de muy buen ver y explorar hasta donde la puede llevar una situación que el cine suele reservar a los hombres.
La historia es teatral y no me extrañaría que se llevara a los escenarios. La estructura se basa en los cuatro encuentros en el hotel entre la clienta y el trabajador sexual, con diálogos y situaciones que van más allá de lo estrictamente sexual y que proponen una manera de entender estos códigos desde un feminismo que no abusa de la pólvora sermoneadora. Es una historia sobre la soledad, la insatisfacción y el remordimiento, en este caso de una mujer que, demasiado tarde, constata que ha dejado escapar una parte de sí misma que ni siquiera conoce –y que la asusta.
Sin embargo, ya sea por alevosía comercial o integridad discursiva, lo que más se comentará a la hora de promocionar esta comedia es el desnudo integral del personaje de Thompson. En la parte final, en un estado de íntima satisfacción –al que ha llegado por caminos insondables–, se planta ante un espejo para contemplarse de cuerpo entero. Y lo hace no con la tensión y repulsión azuzadas por la jurisprudencia de los modelos vigentes de belleza sino con una plenitud que, a estas alturas, resulta casi subversiva. Es un acto de libertad, afirmación y madurez; la prueba es que no hay demasiados precedentes de actrices dispuestas a mostrarse así, sin filtros, desde una desnudez frontal y sin empeñarse en querer parecer más jóvenes, aunque sea con el maquillaje de los
Emma Thompson interpreta a una profesora, viuda, que nunca ha tenido un orgasmo
efectos especiales.
La franqueza de la escena es irrefutable. No se refugia en la coartada de las interpretaciones históricas de la corporalidad femenina (las diferentes venus, Rubens y toda la pesca) sino que, en un momento de máximo totalitarismo de unos moldes muy determinados de perfección y belleza, el personaje de Thompson hace algo tan inesperado como mostrarse. Mostrarse en un contexto que, gracias al cine, deja de ser el espacio cerrado de un hotel en el que los personajes intercambian dudas, temores, placer, obsesiones y se expande como un mecanismo de alerta que quiere interpelar a los que aún valoran que se les interpele.
Vale que la película no pasará a la historia de la comedia. Pero la grandeza y naturalidad del desnudo de Thompson sí marcarán una actitud que será referente porque acorta la distancia entre las ficciones estéticas artificiales y la realidad de una mujer de sesenta años desnuda y fugazmente satisfecha.