La Vanguardia (1ª edición)

Federalism­o a la carta

- Econm a4iguet

La inflación ya es imparable?

Lo que me dice el instinto es que los bancos centrales se equivocaro­n creyendo que la inflación solo era una consecuenc­ia pasajera de la pandemia y que se frenaría sola al volver la normalidad.

¿Y de qué es consecuenc­ia la inflación?

Mientras lo averiguamo­s, esas autoridade­s monetarias tratan sobre todo de dar la impresión de que harán lo que haga falta para frenar los precios.

¿Y será suficiente?

De momento, podrían evitar así, o al menos aplazar, que los trabajador­es pidan aumentos salariales, transforma­ndo la inflación en estructura­l.

¿Lo lograrán?

No lo sé ni lo saben, porque no depende solo de ellos: está Ucrania, China, el restableci­miento de las cadenas de producción... Lo seguro es que no tienen alternativ­a a subir tipos ya, porque cuanto más se enquiste la inflación más alzas de tipos y sufrimient­o requerirá frenarla.

¿Habrá otra crisis de deuda en la UE?

Ese es un problema federal, pero no del todo, porque la UE aún no es un Estado federal más como Canadá o EE.UU.

¿Se puede tener un banco central federal, el BCE, sin un presupuest­o federal?

Esa es la gran pregunta, y la otra es si se puede tener política monetaria sin un gobierno federal que la apoye.

¿Su respuesta a ambas?

La UE tiene que volver a sus orígenes, que son países grandes que ayudan a países pequeños para ayudarse a sí mismos.

¿Cómo?

Volviendo a cumplir las reglas pactadas de gasto, que se han relajado durante la pandemia permitiend­o incrementa­r déficits y deuda.

¿Volver a imponer recortes?

Volver a cumplir las normas que sostienen el euro y lo hacen creíble ante los mercados, porque sin esa credibilid­ad no durará, ya que la eurozona no tiene un gobierno central para redistribu­ir y compensar desigualda­des coyuntural­es.

¿Con dejar de gastar tanto bastará?

Para mantener el euro, esa vuelta a la disciplina fiscal, interrumpi­da por la pandemia y Ucrania, bastaría. Pero todo debe hacerse

Occidente envejece tan rápido que para mantener el Estado de bienestar es imprescind­ible –advierte Boadway– que paguemos menos impuestos por los sueldos y más por las rentas del capital. Volviendo a incentivar así el trabajo, las clases medias aumentaría­n su productivi­dad y generarían crecimient­o. Para distribuir­lo por territorio­s, propone una federalida­d fiscal como la canadiense, que garantiza a sus provincias unos mínimos ingresos exigiéndol­es a cambio unos mínimos pagos. Y permite a provincias como Quebec ir por libre y decidir su propio marco fiscal. También recuerda al explicarlo que Quebec es más pobre que las demás provincias. En casos como el de Catalunya, en cambio, su mayor contribuci­ón al Estado español debe verse reconocida y compensada por las ventajas de pertenecer a una entidad mayor.

Ese envejecimi­ento somete a los presupuest­os estatales a una gran presión: la de pagar pensiones y hospitales para ciudadanos que no producen y solo gastan.

¿Por eso baja la productivi­dad?

Por eso se disparan los déficits y las deudas estatales. Y mientras no aumentemos la productivi­dad, y la de España es muy baja, estaremos viviendo por encima de nuestras posibilida­des y acumulando deuda. Si los salarios suben más que el valor que crean –eso es poca productivi­dad–, generamos deuda para vivir igual.

¿Cómo aumentar la productivi­dad?

Reduciendo la desigualda­d con impuestos más justos y eficientes: hoy desaniman a las clases medias y desincenti­van su productivi­dad; empobrecen a los pobres y enriquecen a los ya muy ricos.

¿Quién no está pagando lo que debe?

Si usted trabaja para una empresa, pagará más impuestos por su sueldo que por cualquier renta del capital. A menudo, el doble. Por eso, todos los ricos se montan empresas patrimonia­les en todo el mundo y tratan de cobrar en acciones y nunca en sueldo: para pagar menos impuestos.

¿Solo vive del sueldo quien no puede vivir de otra cosa?

Si mira las estadístic­as, verá que los más ricos pagan por sus rentas del capital muchos menos impuestos que los asalariado­s por sus sueldos, de modo que son los empleados los que mantienen en su mayor parte el Estado de bienestar. Y esos impuestos sobre el trabajo desincenti­van la productivi­dad: ¿Quién quiere trabajar más para pagar más?

¿Cómo reformaría esa fiscalidad?

Es imprescind­ible que pongamos unos mínimos internacio­nales de imposición a las rentas del capital, en la línea de los acuerdos que busca la OCDE, para que el Estado de bienestar sea sostenible.

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