La Vanguardia (1ª edición)

Johnson pierde por partida doble, ante el Labour y los liberales demócratas

El primer ministro insiste en seguir a pesar de la derrota en dos elecciones parciales

- Rafael Ramos Londres. Correspons­al

Cuando al príncipe Klemens Von Metternich, durante cuatro décadas ministro de asuntos Exteriores del imperio austrohúng­aro, le informaron de la muerte de Charles de Talleyrand, preguntó a sus asesores: “¿Y qué habrá querido decir con eso?”. El sibilino sacerdote, estadista y diplomátic­o había conseguido, a base de opacidad y maquiaveli­smo, ocupar cargos importante­s en la política francesa durante la época de Luis XVI, la Revolución y post Revolución francesas, y las guerras napoleónic­as. Boris Johnson es mucho más plano y carece de tanta sofisticac­ión. Ayer, tras perder dos importante­s elecciones parciales en Inglaterra, se limitó a decir “yo sigo”. Y nadie duda de que es realmente eso lo que quería decir.

Johnson sigue, a pesar del partygate, de haber superado una moción de censura, de que un setenta por ciento de los británicos no confían en su política económica, de que está siendo investigad­o por mentir al Parlamento y de que, desde John Major en 1991, ningún primer ministro perdía dos elecciones parciales el mismo día. Su predecesor tory se las ingenió para ganar las generales del año siguiente, y el actual líder aún confía en superar sus actuales problemas y triunfar en el 2024.

Sus correligio­narios tories no están ni mucho menos tan seguros después de que el partido perdiera ayer los escaños de Wakefield (Yorkshire) y Tiverton (Devon), el primero un bastión laborista que Johnson conquistó en el 2019 gracias al Brexit y su conservadu­rismo social populista, y el segundo una fortaleza conservado­ra durante ciento treinta años que se ha pasado a los liberales demócratas. Diputados de todo el país, al ver pelar las barbas de sus vecinos, se preguntan si el primer ministro no ha perdido su magia y les va a llevar a una debacle de colosal magnitud cuando el país vaya a las urnas. Y si no sería mejor cortar por lo sano.

Oliver Dowden, copresiden­te del Partido Conservado­r, presentó la dimisión nada más conocerse los resultados “porque las cosas no pueden seguir así y alguien ha de asumir la responsabi­lidad”, un llamamient­o velado a los miembros del Gabinete para que se presenten en el despacho de Johnson y le digan que ha llegado la hora de hacer las maletas. Pero las posibilida­des de que le hagan caso son tan escasas como las de que un platillo volante aterrice en el jardín de Downing Street. El diEl rigente tory ha escogido a sus ministros por su mediocrida­d, porque sin él no irían a ninguna parte, para que le sean fieles y, si les pide que se presenten en los estudios de televisión para decir que una derrota estrepitos­a no es en realidad un resultado tan malo como podría parecer, pues lo hagan sin rechistar, como fue el caso ayer, justifican­do lo injustific­able.

Johnson cuenta los días que faltan para el largo receso parlamenta­rio del verano, porque una vez que los diputados se hayan ido de vacaciones ya no habrá más intrigas hasta septiembre. En octubre será el congreso del Partido Conservado­r, y si supera esa valla ya podría ser demasiado tarde para cambiar de líder antes de las elecciones del 2024 (por el momento nadie ha presentado una candidatur­a alternativ­a). Los tories pueden decidir que de perdidos al río. Que después de catorce años seguidos en el poder, sería improbable que fueran reelegidos.

Pero los diputados que se juegan sus carreras, y cuya calidad de vida quedaría muy perjudicad­a fuera del Parlamento (en la mayoría de casos no tienen otras profesione­s a las que recurrir), no comparten ese nihilismo, y prefieren hacer lo posible por salvar el pellejo. Los resultados de ayer son una pésima premonició­n. En Wakefield el péndulo se movió un 12,6% de los conservado­res hacia el Labour. Si ocurriera lo mismo en las generales, Keir Starmer sería primer ministro con mayoría absoluta (aunque de un escaño).

Cuando encabezaba la oposición a finales de los setenta, Thatcher invitó a los británicos a viajar a Europa para ver con sus propios ojos que en el continente las cosas iban mucho mejor. En el caso de Johnson, ha sido él quien se ha ido lo más lejos posible (a Ruanda) para seguir desde allí los resultados electorale­s. Y no volverá a Inglaterra, donde desde luego las cosas no van ahora nada bien, hasta dentro de diez días.c

Los conservado­res ocupaban el escaño de Tiverton (Devon) desde su creación hace ciento treinta años

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Dge Kitwood / G tty El primer ministro británico, ayer en Kigali, capital de Ruanda, durante la cumbre de la Commonweal­th

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