Madres, padres e hijas
En el nombre de Rocío (Telecinco) juega con la polisemia del nombre de la madre (Rocío Jurado, protagonista) y la hija (Rocío Carrasco, albacea de su legado). De entrada, hay una declaración de principios en la que Carrasco mantiene el tono dramático y el fraseo ansiolítico de quien lucha por recuperar el tiempo perdido y denunciar a todos los que, sin ser sus herederos, han prostituido y manipulado la melodramática memoria de su madre. La autoridad para hacerlo se la confiere el éxito de la docuserie Rocío, contar la verdad para seguir viva, (Telecinco), en la que denunció los maltratos de su ex, Antonio David Flores y su hija en común, Rocío Flores. Con precisión forense, Carrasco los denomina “la familia mediática”. Es un parentesco contemporáneo, casi posmoderno, que completa la estructura clásica de familias políticas, de adopción o consanguíneas. Ella no se engaña: prevé que la serie, que aspira a repasar el saqueo televisivo del legado de Jurado, será beneficiosa para sus parásitos, carroñeros y piratas. La previsión es contradictoria pero se confirma: los aludidos han empezado a pulular por los platós especializados (todos de Mediaset) para contradecir, desmentir o matizar la docuserie. Digo yo que querrán preservar lo que, aunque sea desde la discordia y la traición, podríamos denominar negocio familiar.
HÉRoE DE LA TERCERA EDAD. He visto los dos primeros capítulos de The old man, con Jeff Bridges de protagonista, y la cosa promete. Es como una versión geriátrica de Jason Bourne, con un exagente de servicios secretos inconfesables que, treinta años después de haber desaparecido del mapa, es perseguido por los que, por venganza o reajustes de las alcantarillas del estado, quieren quitarlo de en medio. Bridges es el gran aliciente porque, para seguir vivo, debe mantenerse en una realidad que es mentira. Está bien acompañado por John Lithgow y Amy Brenneman, que ya deslumbraba en Frasier y, más adelante, en The Leftovers. La intriga es tan clásica que recuerda El fugitivo, y a Bridges, con setenta y tres años, le toca hacer creíbles escenas en las que la forma física es básica para reforzar la verosimilitud. Por eso es importante que el espectador sepa ser indulgente con ciertas incongruencias. Así disfrutará de un gran personaje, atrapado por su propio legado (violento y oscuro) y, sobre todo, por el compromiso insobornable con su hija.