La Vanguardia (1ª edición)

Madres, padres e hijas

- Sergi Pàmies

En el nombre de Rocío (Telecinco) juega con la polisemia del nombre de la madre (Rocío Jurado, protagonis­ta) y la hija (Rocío Carrasco, albacea de su legado). De entrada, hay una declaració­n de principios en la que Carrasco mantiene el tono dramático y el fraseo ansiolític­o de quien lucha por recuperar el tiempo perdido y denunciar a todos los que, sin ser sus herederos, han prostituid­o y manipulado la melodramát­ica memoria de su madre. La autoridad para hacerlo se la confiere el éxito de la docuserie Rocío, contar la verdad para seguir viva, (Telecinco), en la que denunció los maltratos de su ex, Antonio David Flores y su hija en común, Rocío Flores. Con precisión forense, Carrasco los denomina “la familia mediática”. Es un parentesco contemporá­neo, casi posmoderno, que completa la estructura clásica de familias políticas, de adopción o consanguín­eas. Ella no se engaña: prevé que la serie, que aspira a repasar el saqueo televisivo del legado de Jurado, será beneficios­a para sus parásitos, carroñeros y piratas. La previsión es contradict­oria pero se confirma: los aludidos han empezado a pulular por los platós especializ­ados (todos de Mediaset) para contradeci­r, desmentir o matizar la docuserie. Digo yo que querrán preservar lo que, aunque sea desde la discordia y la traición, podríamos denominar negocio familiar.

HÉRoE DE LA TERCERA EDAD. He visto los dos primeros capítulos de The old man, con Jeff Bridges de protagonis­ta, y la cosa promete. Es como una versión geriátrica de Jason Bourne, con un exagente de servicios secretos inconfesab­les que, treinta años después de haber desapareci­do del mapa, es perseguido por los que, por venganza o reajustes de las alcantaril­las del estado, quieren quitarlo de en medio. Bridges es el gran aliciente porque, para seguir vivo, debe mantenerse en una realidad que es mentira. Está bien acompañado por John Lithgow y Amy Brenneman, que ya deslumbrab­a en Frasier y, más adelante, en The Leftovers. La intriga es tan clásica que recuerda El fugitivo, y a Bridges, con setenta y tres años, le toca hacer creíbles escenas en las que la forma física es básica para reforzar la verosimili­tud. Por eso es importante que el espectador sepa ser indulgente con ciertas incongruen­cias. Así disfrutará de un gran personaje, atrapado por su propio legado (violento y oscuro) y, sobre todo, por el compromiso insobornab­le con su hija.

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