La Vanguardia (1ª edición)

¿Habrá sido la edad de oro del ‘delivery’ un espejismo más de internet, el fruto de una era de dinero barato?

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de la eficiencia máxima: la cadena perfecta que va de la persona que cocina, al que empaqueta y al que reparte en el mínimo plazo de tiempo posible y con la máxima seguridad.

Pero mientras ese día llega, las compañías solo tienen dos soluciones. Ninguna de ellas está exenta de riesgos. La primera es recortar los costes laborales de las empresas. Algunas empresas del fast delivery, la franja rápida y enloquecid­a de este segmento de negocio, ya han recortado empleos. Pero en tiempos de falta de mano de obra y de inflación, nadie imagina que esto no vaya a redundar en un peor servicio. La otra vía es la de subir los precios a los clientes. ¿Sobrevivir­á la magia del delivery a un encarecimi­ento de los precios que se pagan?

Visto todo el escenario, es tentador llegar a una conclusión. La de que la edad dorada del delivery, el reparto de comida a domicilio, habrá sido un espejismo más de la era de internet. La consecuenc­ia del dinero abundante con el que los inversores han regado estas compañías en una década de dinero barato. O para hacerlo más sencillo: de cómo los inversores, confiados en el futuro del negocio, han subvencion­ado a los clientes.

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