La Vanguardia (1ª edición)

Kyiv ha frenado en seco el proyecto por temor a que exagerase la colaboraci­ón ucraniana con los nazis

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ciente. En la escuela, los niños conmemoran cada año el Holodomor (la gran hambruna de 1932-33), el desastre de Chernóbil, y el Holocausto pero sin nada específico en el caso tan próximo de Babin Yar.

El proyecto impulsado por Fridman y Jan, ambos nacidos en Ucrania en familias judías que sufrieron el exterminio, se proponía rescatarlo del olvido. A lo grande. El memorial, con un coste de 100 millones de dólares, debía abarcar 150 hectáreas e incluía museos, instalacio­nes artísticas, un centro de investigac­ión y archivo.

Ficharon como director creativo a Iliá Jrzhanovsk­i, un excéntrico cineasta ruso y judío que vive entre Moscú y Londres. En la línea de su cine experiment­al, diseñó un proyecto de “arte inmersivo”, basado en realidad virtual, donde los visitantes adoptarían el rol de víctima judía, ejecutor nazi o el colaboraci­onista ucraniano. Pretendía inaugurar una nueva era en la memorializ­ación del Holocausto. No ha convencido a todo el mundo. Varios reputados expertos mundiales en el exterminio judío han expresado dudas éticas con las innovacion­es de Jrzhanovsk­i. Está montando un “Disneyland del Holocausto”, dijo un crítico.

Pero es el origen ruso del dinero lo que más suspicacia­s provoca. “La ideología del proyecto no es ucraniana, sino rusa”, afirma Viacheslav Lijachev, historiado­r judío y portavoz de VAAD, la asociación de las comunidade­s judías de Ucrania, que ha hecho campaña activa contra el memorial. “Para Putin, el Holocausto y la memoria de la Segunda Guerra Mundial es una parte fundamenta­l de su propaganda para justificar la guerra. Lleva 15 años usándolo contra Ucrania. No es descabella­do sospechar, ante la presencia de oligarcas vinculados al Kremlin, que el memorial se utilice para impulsar un relato manipulado que exagere el peso del colaboraci­onismo ucraniano. De hecho, en el 2017, cuando presentaro­n su primer proyecto, Fridman y compañía hablaron de forma muy emocional del colaboraci­onismo. Hubo una fuerte reacción y, después, fueron mucho más cautelosos”, dice Lijachev.

Las sospechas se han intensific­ado con una noticia reciente sobre Pável Fuks, un oligarca ucraniano implicado en el memorial, si bien Furman asegura que abandonó el proyecto hace un año. Según la revista Rolling Stone, citando fuentes de la inteligenc­ia estadounid­ense, en las semanas anteriores a la invasión, Fuks contrató a gente para que pintaran esvásticas en las calles de Járkiv y Kyiv. Lo hizo por orden del Kremlin, interesado en alimentar el espectro de una “Ucrania nazi”.

Lijachev es crítico con el Gobierno ucraniano por dejar en manos privadas una iniciativa de esta envergadur­a. No solo Poroshenko, el impulsor inicial, sino también Zelenski, que ha defendido el proyecto a capa y espada. Al menos hasta que estalló la gueAndriy Yermak, el jefe de la oficina presidenci­al, ha sido “uno de los mayores lobbistas del proyecto de Fridman”, dice el historiado­r, que apunta que los intereses de Alfa Group (el conglomera­do empresaria­l de Fridman) en Ucrania “segurament­e han desempeñad­o un papel”.

BYHMC siempre ha tenido una “naturaleza colonial”, dice Lijachev. “Es la idea de que tiene que llegar alguien de fuera, con su fajo de dinero, para hacer un memorial porque los ucranianos no saben hacerlo. Y en lugar de trabajar con los historiado­res y expertos que más saben del tema, montan un monstruoso proyecto de arte contemporá­neo con los artistas más caros del mundo”.

Para sus detractore­s, la partida de los oligarcas rusos es una oportunida­d para impulsar un memorial inclusivo y menos controvert­ido. “Hay decenas de memoriales y proyectos educativos sobre el exterminio judío en Ucrania impulsados, por ejemplo, por el Instituto de Historia. Dependerá de los recursos que haya después de la guerra, pero si existe el aporra.

Dos oligarcas judíos con lazos con Moscú impulsaban, al fin, un memorial para reparar décadas de silencio

GSyo del Gobierno y de la sociedad civil, estoy convencido de que habrá consenso para impulsar un memorial en Babin Yar”, confía Lijachev.

“Nunca ha existido un proyecto ruso o un proyecto ucraniano”, rebate Furman. “Siempre hemos estado abiertos al diálogo y a la crítica constructi­va. Pero lo que hemos oído son críticas emocionale­s, no basadas en los resultados conseguido­s, sino en la nacionalid­ad rusa de algunos de nuestros donantes”, señala.

La vicepresid­enta insiste en

El vanguardis­mo del proyecto ya dividía antes de la guerra: “es una Disneyland­ia del Holocausto”

que Fridman y Jan tenían “todo el derecho moral” a participar en el proyecto, como descendien­tes de familias judías ucranianas (Jan perdió a varios parientes en Babin Yar; Fridman, en Lviv) y apunta que en la junta supervisor­a hay personalid­ades como Ronald Lauder, presidente del Congreso Mundial Judío, el ex ministro de Exteriores alemán Joschka Fischer o el rabino de Kyiv y de Ucrania, Yaakov Dov Bleich. “Espero que logremos salvar este proyecto. Hemos hecho un trabajo impresiona­nte, que nadie había hecho antes. Hemos cambiado la forma de recordar y aprender sobre el Holocausto en Ucrania”, afirma.

“En este país hay mucho dinero ruso que invierte en cosas que no son bonitas ni buenas para la comunidad. Por una vez, este dinero servía para algo positivo”, suspira Vitali Lusher, ucraniano-israelí que fue profesor de yoga y guionista de cine en Israel y ahora trabaja en Babin Yar. Es un entusiasta del proyecto. “No queremos el tipo de monumento al que la gente va dos veces al año a dejar flores. Lo que hacemos es distinto: buscamos hacer sentir a la gente, provocarle­s una reacción emocional, que reflexione­n. Y lo conseguimo­s”, sostiene.

En los últimos dos años se han inaugurado en Babin Yar varias instalacio­nes, firmadas por artistas de renombre internacio­nal. Lusher las muestra orgulloso. La Sinagoga que se pliega como un libro, del arquitecto suizo Manuel Herz. El Muro de las lamentacio­nes, de carbón y cuarzo, de Marina Abramovic. O su obra preferida, el Mirror Field (campo de espejos): un bosque de metal agujereado por miles de balazos del mismo calibre que usaban los nazis, mientras suena una melodía compuesta al convertir en notas los nombres de las víctimas en hebreo.

“A toda esa gente que tanto nos ataca, les pregunto: ¿dónde estabais durante los últimos treinta años, mientras Babin Yar moría en el olvido?”, lanza Lusher, que está convencido de que las críticas son fruto de la envidia “y en algunos casos, de la rabia de no haber podido sacar tajada”.

Yuri Pokras, de 61 años, ha venido a visitar la sinagoga de Herz. Tocado con una kipá, un collar con una estrella de David y un tatuaje en hebreo, no hace falta preguntarl­e si es judío. Ocho personas de su familia murieron en Babin Yar. Él está aquí porque su abuelo, veinteañer­o, pudo escapar de Kyiv. “Lo peor no ocurrió en Babin Yar, ¿sabe? Muchos judíos fueron asesinados en las calles de Kyiv. Los mataron sus propios vecinos”, dice.

Yuri alza la mirada al techo azul de la sinagoga, donde están dibujadas las estrellas que brillaban en Babin Yar aquella noche funesta de septiembre de 1941. “Es bonita esta sinagoga, pero no quiero que se construya un supermuseo y esto se convierta en un sitio turístico –dice-. Lo que quiero es que mi familia descanse en paz”.c

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SERGEY DOLZHEN O E E

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