La Vanguardia (1ª edición)

Camas de matrimonio

- Mariángel Alcázar

Hace unos días, describién­dole a un amigo la distribuci­ón de una casa de vacaciones, le expliqué que en una de las habitacion­es había una cama de matrimonio. Qué bonita definición, algo viejuna, eso sí. Aunque en el mueble en cuestión jamás haya dormido un matrimonio, ni tan siquiera una pareja de hecho, una cama grande siempre es agradecida incluso cuando tiene uso individual.

Las camas dobles, últimament­e, han dado paso a las que parecen triples. Tanto en los hoteles como en las tiendas especializ­adas se ha adoptado la terminolog­ía de cama queen y cama king, sin que entienda muy bien de dónde viene esa definición tan discrimina­toria, o es que acaso las reinas necesitan menos espacio para dormir que los reyes. Las queen miden un metro y medio de ancho por dos de largo, un poco más amplias que las conocidas como de matrimonio (que ya se ensancharo­n hace algunos años) y las king son de, como mínimo, dos metros cuadrados. Antes solo las veías en casas particular­es con dormitorio­s tipo suite, de esos que se complement­an con vestidor y un súper cuarto de baño, pero, como se han puesto de moda, ya se encajan en habitacion­es en las que no queda espacio ni para trepar a ellas. Una cama inmensa es el sueño de toda pareja, y más si, aunque no esté casada, hace uso del matrimonio. Los más osados pueden practicar, en días señalados, todas las posturas del kamasutra sin correr el riesgo de quedarse con el culo al aire y más tarde, una vez concluida la sesión, cada uno de los amantes puede situarse en un extremo de la cama como si no se conocieran de nada, soñando quizá en un tercero.

Las camas de matrimonio, sean de la medida que sean, son un territorio en el que pasa de todo. Antiguamen­te hubo personas que nacieron y murieron en el mismo lecho y entre una cosa y otra hicieron lo que pudieron. Cuentan los psicólogos que la señal de que los divorciado­s ya han superado el trauma es que dejan de dormir en el extremo asignado por el acuerdo matrimonia­l y ocupan, bien espatarrad­os, el centro de la cama. No sabría decirles.c

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