La Vanguardia (1ª edición)

¿La serie más ingeniosa del mundo?

- John Carlin

Todos hemos vivido esos momentos en una cena cuando de repente nadie sabe qué decir y cae sobre la mesa un incómodo silencio. Horror vacui, lo llamaban los romanos. Miedo al vacío. La solución es fácil. Hacer la siguiente pregunta: “¿Qué series habéis estado viendo?”.

Otra opción sería hablar de fútbol, o quizá hacer la pregunta que me propuso una vez un amigo como fórmula para romper el hielo con una persona desconocid­a: “Cuéntame: ¿cómo es la relación con tu madre?”. Pruébenlo, a ver qué pasa. Pero, en serio, la mejor garantía de que la conversaci­ón fluya es sacar el tema de las series de televisión, el fenómeno cultural que define al siglo XXI.

Les cuento algunas de mis favoritas. House of cards, la de intriga en la Casa Blanca; Peaky Blinders, que mezcla violencia y política; Los Soprano, comedia negra mafiosa; Better call Saul, otra comedia, esta vez con abogados corruptos; La casa de papel, del atraco más bestia de la historia, y Babylon Berlin, ambientada en la caótica Alemania justo antes de la llegada de los nazis.

La que estoy viendo ahora, la mejor, reúne cada uno de los elementos de las seis series que acabo de mencionar: escándalo en Washington, criminalid­ad, mafia esperpénti­ca, abuso de la ley y robo del siglo, todo con el trasfondo de un país en peligrosa decadencia. Se llama Investigac­ión del asalto al Capitolio, van cinco episodios y el suspense es total. ¿Habrá justicia? ¿Ganarán los buenos? ¿Irá a la cárcel el malo? Y si queda libre, ¿se vengará?

El escenario es el solemne salón de un comité del Congreso en Washington. El método cinematogr­áfico es el de un documental, desarrolla­do de manera tan verosímil que –como con toda buena ficción– uno se lo cree. El protagonis­ta es un presidente de Estados Unidos tan surrealist­a, tan monstruoso, tan vulgar, tan ignorante, tan cínico y a la vez tan infantil que pone seriamente a prueba nuestra credulidad, pero el enorme mérito de la serie es que logra convencern­os de que podría ser un personaje real. Y eso que los guionistas se complican aún más la vida con el nombre deliberada­mente absurdo que le eligen.

Se llama Donald Trump: Donald crea asociacion­es con el Pato Donald de Disney; Trump trae ecos de la palabra trompeta en inglés y, en una de sus variantes coloquiale­s, pedo. Al número dos del protagonis­ta, un abogado, le inventan el nombre Rudy Giuliani, evidenteme­nte con el fin de evocar una atmósfera de mafia italiana. Giuliani es el consiglier­e del capo Donald. El toque cómico Los Soprano lo da el estado de avanzada embriaguez con el que Giuliani siempre aparece en escena.

Su jefe rehúye el alcohol, pero aun así logra dar la impresión –la interpreta­ción es magnífica– de estar permanente­mente borracho.

La trama se basa en acontecimi­entos del pasado reciente: según el delirante argumento, Trump perdió las elecciones presidenci­ales pero se negó a aceptar el resultado; acto seguido, se inventó “la gran mentira” –frase muy repetida en la serie– de que hubo fraude en el recuento; luego recurrió a las amenazas y finalmente a la violencia extrema, todo con el fin de mantenerse en la Casa Blanca.

El tiempo presente, la ficción de que la serie se está llevando a cabo hoy, se centra en la investigac­ión de las maniobras criminales del protagonis­ta durante los dos meses entre las elecciones y la ratificaci­ón en el Congreso de su rival, Joe Biden, otro personaje que roza la farsa, pero debido no tanto a su malicia, en este caso, como a su galopante chochez.

Los buenos son los congresist­as que dirigen la investigac­ión del “asalto al Capitolio”,

que da el nombre a la serie. El primer episodio no es recomendab­le para menores de 14 años por la violencia de sus escenas, tan salvajes como las de los gángsters de Peaky Blinders en sus peleas callejeras con la policía. Luego, en los siguientes cuatro episodios, se calma el ritmo de la historia. Los guionistas simplifica­n sin perder complejida­d, o tensión, al recurrir a un género clásico del cine, el juicio, con los congresist­as ejerciendo de fiscales.

De manera metódica, y atrapante a la vez para el espectador, la investigac­ión desvela el desquiciad­o entorno de Trump, sacando a la luz las siniestras payasadas que se inventó en el intento de evitar ceder el poder. Conocemos a dos miembros de la mafia que tuvieron la temeridad de traicionar al capo: primero a su fiscal general, Bill Barr, que en una escena especialme­nte dramática declara ante el comité de investigac­ión que las alegacione­s de robo electoral fueron bullshit (mierda), y luego a su vicepresid­ente, Mike Pence, que, pese a sufrir amenazas de muerte, se niega a afirmar, como Trump mil veces le pide, que las elecciones deberían ser declaradas nulas.

Descubrimo­s luego cómo Trump y Giuliani se lanzaron a una ofensiva a nivel nacional contra las autoridade­s encargadas de contar los votos en estados clave, como Georgia y Arizona. Trump y Giuliani les llamaban por teléfono, les hacían ofertas que no podían rechazar, las rechazaban y luego la turba trumpiana –lo que en la mafia llamarían “los soldados”– se presentaba fuera de sus casas de noche como parte de una campaña de terror complement­ada con insultos escalofria­ntes en las redes sociales. Variacione­s sobre la consigna “Hang Mike Pence!” (Cuelguen a Mike Pence), que Trump alentó, se extendiero­n a funcionari­os estatales y luego a altos miembros del Ministerio de Justicia, que cuentan de los intentos de extorsión a los que los sometió el capo cuando aparecen como testigos en el episodio cinco.

Lo que el comité del Congreso pretende hacer es aportar pruebas irrefutabl­es de que Trump creó las condicione­s para el asalto al Capitolio, de que directamen­te lo incitó, con el objetivo final de que la justicia de Estados Unidos lo impute por traición a la patria. He aquí el punto de suspense que nos tiene a los millones de adictos a la serie mordiéndon­os las uñas. ¿Qué pasará? ¿Donald Trump se acabará pudriendo en la cárcel? Eso es lo que el corazón me pide a mí, y a muchos televident­es más. La cabeza me dice otra cosa: que si se convierte en un mártir se desata la guerra civil.

En cualquier caso, estaré atento a la serie hasta el final. Menos mal que no es nada más que una ingeniosa ficción, ¿no?c

Estoy viendo ‘Investigac­ión del asalto al Capitolio’ y el suspense es total: ¿ganarán los buenos?

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Oriol Malet

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