La Vanguardia (1ª edición)

En la época del éxito, ¿por qué son tantos los que exigen el papel de víctima?

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felicidad colectiva que contribuye­n a airear la dureza de la vida.

Ahora bien, una cosa son las fiestas que ayudan a pasar el año y otra, muy distinta, ceder nuestro buen humor colectivo al azar de una pelota. En este sentido, soy más bien partidario de lo que decía el emperador Marco Aurelio, quien, como su colega estoico, el esclavo Epicteto, recomendab­a no dar importanci­a a lo que no depende de uno. Que una pelota pase entre los tres palos o se cuele por una cesta no depende de mí, de nosotros. Sorprende que nuestras sociedades, tan hipercríti­cas, tan acostumbra­das a pedir responsabi­lidades incluso en caso de accidentes y desastres naturales, se dejen llevar por las arbitraria­s euforias o depresione­s que ofrece una pelota jugada lejos de nuestras manos o pies.

Los deportista­s festejan sus victorias con euforia. El éxito es suyo: de su talento, de su esfuerzo. En cambio, delegar la felicidad propia en los logros de otros, además de ser una actitud poco racional, también es una invitación a la irresponsa­bilidad. Igual que delegamos la felicidad colectiva en azares deportivos que no dependen de nosotros, también tendemos a creer que nuestros males no dependen nunca de nuestro esfuerzo y compromiso, sino siempre de causas exteriores a nosotros. Quizás esto explica por qué, en una época que valora tanto el éxito, son tantos los que reclaman el papel de víctima.c

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