La Vanguardia (1ª edición)

Mirar para ver

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Riera abajo, en la ancestral y estival cita con el mar, toda una pinacoteca de tipos. Siluetas animadas circulando por el paisaje inmóvil, repitiendo, una vez más, el camino prehistóri­co heredado, el de siempre. La querencia natural hacia la playa y el jolgorio. La rivalidad con el sofoco, el calor, el sol blanco y los días largos. El telón multiazul del mar ya sale de la taxidermia hibernal. Niños, jóvenes y viejos, juntos o a su aire, varias generacion­es unidas por el júbilo.

Una rúa de posibles personajes, algunos huidos de su sombra cotidiana piden, sin quizá saberlo, a alguien que los convierta en protagonis­tas de vaya usted a saber el qué. Un asunto pirandelli­ano. El estrépito infantil y los deambulant­es que llegados a la edad de las pastillas ya saben que uno no puede ir a ninguna parte de la que no pueda volver andando. Un respeto a la sabiduría anónima. Y a la prudencia popular. Arena-sal-agua-aire-cielo. Y cuerpos con pocos aderezos que en su mayoría son solo bellos porque son humanos ¿Y qué? Nunca un cuerpo perfecto dejó de ser aburrido; a la dictadura de influencer­s y cretinos varios, ni caso.

Una contemplac­ión sorprenden­te: el desfile, el espectácul­o humano de vida y libertad en una rambla mediterrán­ea. Es más agradable pensar que hacer, pero por encima de todo mirar. Pruébenlo.

Mirar para ver. Y a poco que el improvisad­o mirón cavile verá pasar por la endurecida torrentera seca, a comparsas parecidas a Esperancet­a Trinquis, Quim Federal, quizá a l’Ós Nicolau y quién sabe si alguna reminiscen­cia más de la imaginería espriuana. Una procesión de garabatos inmortales. Un fresco marismeño.

El Maresme es así: una ironía mediterrán­ea. Una costa sin bravura. Un litoral de pueblos encadenado­s derramándo­se por sus rieras. Un marco existencia­l de luz anaranjada y amable; el cálido contraluz matinal como de bombilla antigua. Un mar culto, entrecano, tirando a dócil y cargado de duelos que lleva años de sarcófago líquido de seres humanos. Montaña, viento, lluvia, sueño, trueno. Cuando el invierno de golpe se desnuda, un tropel de caballos feroces y sin brida avanza tormentas por las rieras. La muerte entra sin citarla. Sí, el Maresme también es así.c

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