Yo para ser feliz quiero un 600
En 1957, Seat da con su piedra filosofal: el 600. Un automóvil que devendrá mítico y pondrá, ahora sí, a España sobre cuatro ruedas. El utilitario cuesta la friolera de 67.000 pesetas, el triple del salario medio anual de los españoles, pero se convierte en objeto de deseo de todo ciudadano que se precie, que ve en él la materialización de uno de sus mayores sueños: moverse en familia con total libertad. El éxito del preciado vehículo es fulgurante: en un año, cien mil clientes engrosan la lista de espera. Se acumula un retraso de cuatro en los plazos de entrega, que originan un mercado paralelo de reventa de los derechos de preferencia, que llegan a doblar el precio oficial. Dieciséis años después, a finales de julio de 1973, los trabajadores de la Zona Franca despiden la última unidad con una pancarta: “Naciste príncipe, mueres rey”. /