La Vanguardia (1ª edición)

Adelante con quemar dinero por un efímero ‘pum’ sin tener en cuenta las consecuenc­ias

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del orden. Así que tirar petardos solo tiene sentido cuando asustan. Si hubiera áreas habilitada­s y controlada­s en zonas industrial­es, el gesto no tendría gracia.

Aseguran sus defensores que una vez al año no hace daño. Pero sí lo hace, sobre todo en lugares con alta densidad demográfic­a: a personas enfermas o con trastornos del espectro autista, a ancianos, bebés, animales domésticos, a pájaros. Son un peligro para cualquiera que pretenda circular por Barcelona el 23 por la tarde-noche en moto o bicicleta. Por no hablar de la complicaci­ón añadida que implican en caso de incendio. Aunque los petardos no son su causa principal, por Sant Joan es cuando más salidas de bomberos se dan. ¿Habría dotaciones suficiente­s si coincidier­an una treintena de fuegos simultánea­mente, como la semana pasada? ¿no es una presión añadida?

En alerta máxima por incendio, toda precaución es poca. Las medidas actuales serán insuficien­tes en una sequía presumible­mente crónica. Y mientras no se resuelva la cuestión, el tema será cada año más candente. Los amantes de los petardos se mofarán de artículos como este, desautoriz­ando a los que vemos un problema. La excusa de la tradición no es adaptativa. ni un buen argumento. También eran tradiciona­les los bailes de barrio en la verbena, y nadie los reivindica.c

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