La Vanguardia (1ª edición)

Balbín, maestro de libertad

- Víctor-M. Amela

comedia física en la que los diálogos son pocos y todo el humor es visual.

La serie tiene un formato inusual para Netflix ya que consiste en nueve episodios de 12 minutos cada uno, y fue parte de una iniciativa de la plataforma para generar más contenido original británico. Atkinson, que en persona no podría ser más diferente a estos personajes bobalicone­s que le salen tan bien, es también coguionist­a y supervisor general del proyecto con su propia compañía, Housesitte­r Production­s.

Dueño de una fortuna personal estimada en unos 140 millones de euros, quien hoy tiene 67 años conoció siendo estudiante en Oxford a Richard Curtis, con el que colaboró en numerosas ocasiones a lo largo de su vida y fue quien en realidad creó a Bean, tal como lo explicó Atkinson en una entrevista, cuando en 1979 imaginó una historia breve sobre un hombre que luchaba para no quedarse dormido, aunque su gran popularida­d recién llegó cuando protagoniz­ó su propia serie en 1990.

El actor, que debió suspender sus estudios de doctorado en ingeniería eléctrica en su juventud porque su carrera artística le consumía, ha tenido una relación agridulce con ese personaje. Durante años se negó a interpreta­rle hasta que regresó recienteme­nte con un programa de cocina. También hay planes para hacer con él una película animada en lo que sería la tercera incursión de Bean en el cine y una serie escrita por Curtis que por ahora no ha superado la etapa de desarrollo.c

Cada viernes por la noche sonaba la (lúgubre) sintonía de la cabecera de La clave (obra del músico Carmelo Bernaola) y yo pegaba la nariz a la tele. En aquel plató se hablaba de juego, de política, de historia, de religión, de nuestra guerra civil, de sexo, de masonería, del comunismo, de Lorca, del mundo, de todo.

Yo tenía 16 años y estaba sediento de saber, de informacio­nes, de conocimien­tos, de opiniones, de ideas. Franco había muerto el año anterior, ya era hora. En aquel programa de televisión veía yo mi gran oportunida­d de entender algo, de entrar en la esfera de las ideas para trazarme un mapa mental de mi país y del mundo. Todo gracias a aquel señor que encendía su pipa y no la soltaba hasta tres horas después de debate: José Luis Balbín. Aquel hombre ha muerto.

Balbín me cautivaba –envuelto en una nubecilla de humo de tabaco de pipa– por su serenidad inalterabl­e, por su capacidad de escuchar opiniones cruzadas y visiones excluyente­s sin perder la compostura. Mientras mis padres y hermanos veían Un, dos, tres, yo me envenenaba de libertad.

Así entendí que la democracia era la seducción por la palabra y no silenciar nada. Allí se hablaba de si hay vida más allá de la muerte o de si hay vida extraterre­stre. Allí se hablaba de todo. No olvidaré una emisión de La clave de 1980 sobre Federico García Lorca: hace 42 años y aún vivían muchas personas que fueron sus amigos, como el granadino Luis Rosales. ¡Allí estaban, hablando de su admirado y amado Federico! (junto a un jovencito Ian Gibson, con pantalones de pata de elefante). Hablaban del asesinato del hombre más importante de España, en 1936. Aquella emisión –hoy en youtube– es un tesoro para cualquiera con curiosidad por nuestra historia.

Balbín topó un día con Alfonso Guerra, una de los políticos que más veces había participad­o en La clave. Guerra se la cargó: no quería que se hablase de cierta corruptela en el Ayuntamien­to socialista de Madrid. Pude agradecerl­e a Balbín su regalo de libertad, en su piso de Madrid, alfombrado el suelo con una capa de hojas de diarios y revistas: “gracias por tantas horas de conocimien­to y por la lección de convivenci­a y debate libre”. Tan libre que hoy ninguna televisión osa emitir un debate parecido a La clave, obra magna de un señor del periodismo, José Luis Balbín. – @amelanovel­a

La serie fue parte de una iniciativa de la plataforma para generar más contenido original británico

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