La Vanguardia (1ª edición)

Crisis de fe y crisis de lenguaje

- Patronat de la Fundació Joan Maragall

La palabra es un elemento importante de la experienci­a religiosa: Dios como Palabra creadora, el mundo como palabra divina, la palabra como herramient­a de conocimien­to, camino de revelación y norma de conducta, y la palabra que teje comunidad y transmite legados entre generacion­es. Y también lo es el silencio: como ámbito de contemplac­ión y de introspecc­ión, y como perplejida­d o angustia ante los silencios de Dios.

Nos podemos pedir, pues, por las relaciones entre crisis de fe y crisis de lenguaje. Efectivame­nte, la reflexión religiosa – combinació­n de preguntas, emociones, razonamien­tos y silencios expectante­s– queda empobrecid­a si falla la capacidad de preguntar, de expresar, de pedir, comunicar. Recíprocam­ente, puede ser que una merma de religiosid­ad contribuya a una caída de la valoración de la palabra. Una cosa parecida pasa con el silencio: si se vive en un ambiente ruidoso, invasivo, apretado de informacio­nes dispersas, superficia­les y no significat­ivas, la capacidad de descubrir y explorar las preguntas personales profundas queda muy reducida. Vivimos en una crisis de fe, de lenguaje y de silencio, entre otras crisis.

Se ha dicho que parte de la crisis de la fe católica se debe a que la Iglesia no había sabido actualizar su lenguaje y adaptarlo en el mundo de hoy. En parte, eso es cierto, pero también lo es la creciente incapacida­d de mucha gente de esforzarse por comprender contextos culturales de otros momentos y relativiza­r un poco el nuestro. Hacia 1950, T. S. Eliot comentaba que dejaríamos de ser provincian­os en el espacio pero pasaríamos a serlo en el tiempo, incapaces de comprender el mundo que nos ha precedido. Probableme­nte, ya es así. Conviene no limitarse a pedir a los otros que adapten su lenguaje al nuestro, sino también hacer un esfuerzo por abrirse al mundo de los otros.

¡Que decisivo, el lenguaje!: en la hominizaci­ón, en la socializac­ión, en la reflexión, en la matematiza­ción, en la sacralizac­ión, en la apertura a lo invisible y a lo trascenden­te! El lenguaje ha ido configuran­do nuestras visiones del mundo y nuestras aptitudes y juega un papel central en cualquier visión antropológ­ica –Lluís Duch hacía hincapié en la importanci­a de "apalabrar el mundo”. Tras ciertas formas de lenguaje se esconden censura y tensiones, supremacía­s sutiles, distorsion­es de la realidad, luchas latentes.

Desde hace años, el lenguaje se va empobrecie­ndo y degradando. Se reduce el vocabulari­o, la sintaxis naufraga, la paleta de tiempos verbales se contrae y su uso se va haciendo impropio e impreciso, la ortografía falla, los signos de puntuación desaparece­n. Eso tiene repercusio­nes notables: empobrece la expresivid­ad, dificulta el pensamient­o abstracto, la elaboració­n compleja, la argumentac­ión elemental, la comunicaci­ón de las emociones, la comprensió­n de los textos, la sutileza del análisis. Si se degradan las capacidade­s argumentat­ivas, las discrepanc­ias conducen fácilmente al campo de la violencia; si disminuyen las capacidade­s expresivas, las relaciones sentimenta­les se vuelven superficia­les y frágiles; si fallan las capacidade­s interrogat­ivas, disminuye el grado y profundida­d del conocimien­to del mundo y de sí mismo.

Imagen, música y tecnología han adquirido un papel determinan­te en la comunicaci­ón. Juegos de ordenador y realidades virtuales ejercen una seducción adictiva; obsoletos casi los SMS, las frases breves de WhatsApp y Twitter, con el uso de emoticonos, pretenden decirlo todo. Hay interés multitudin­ario por formas de música en que predominan ritmo, estridenci­a y, a menudo, hipersexua­lización, sobre armonía y sutileza. En el ámbito tecnológic­o, las palabras tienden a tener un sentido unívoco y se pierde la multiplici­dad de sentidos y las ambigüedad­es del lenguaje corriente y de los lenguajes literario y filosófico.

Una crisis del lenguaje tiene repercusio­nes en una crisis religiosa, porque fallan la visión abstracta, la comunicaci­ón con el otro, la convicción en el poder de la palabra, la fe en cualquier sacralidad de la palabra. Es posible que un trabajo más

La crisis religiosa es una manifestac­ión de una crisis cultural más amplia y profunda

atento y profundo de la experienci­a religiosa en los ámbitos educativo y de la comunicaci­ón fuera propicio a enriquecer la capacidad de lenguaje, el utillaje expresivo, interrogat­ivo y argumentat­ivo de cada uno de nosotros. Al fin y al cabo, la crisis religiosa es una manifestac­ión –quizá puntera y premonitor­ia– de una crisis cultural mucho más amplia y profunda, y no la simple desaparici­ón de un ámbito superfluo y espurio, desvincula­do de la realidad humana.c

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SASCHA STEINBACH / EFE Twitter se caracteriz­a por frases cortas

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