La Vanguardia (1ª edición)

Paisaje después del fiasco de los Juegos del 2030

- Miquel Molina @mi uelmolina / mmolina@lavanguard­ia.es

No puede descartars­e que dentro de ocho años, cuando se celebren en algún lugar del planeta los Juegos Olímpicos de invierno, bastantes habitantes del Pirineo experiment­en una cierta sensación de alivio recordando el día en que descarriló el proyecto. La percepción que se tendrá entonces de la crisis climática (una década de olas de calor y de huracanes después) será sin duda más acusada que ahora, de la misma forma que el asunto nos preocupa hoy mucho más de lo que lo hacía en el 2012.

Es posible, incluso, que por entonces ya se empiece a hablar del esquí como un privilegio exclusivo de los vecinos del círculo polar Ártico.

Pero también es evidente que el modo en que se ha desmantela­do la presunta candidatur­a del Pirineo catalán y aragonés ha dejado mal sabor de boca y la sensación de oportunida­d perdida. Por supuesto, la oportunida­d de promociona­r las comarcas de montaña y de utilizar el evento como catalizado­r de una inversión de choque en infraestru­cturas. Pero también de interrelac­ionar territorio­s que ahora se dan la espalda.

De entrada, se presentaba una oportunida­d de establecer una relación más fluida y productiva entre el centro y la periferia, es decir, entre Zaragoza y su Pirineo y entre Barcelona y el conjunto del territorio catalán. Pero también entre las comunidade­s de Catalunya y Aragón, integradas en uno de los ejes económicos (el del valle del Ebro) que desafían el dogma de la España radial.

En el horizonte se perfila el año 2034, con el reclamo de unos nuevos Juegos de invierno a los que podría aspirar el Pirineo si se actuara con mayor generosida­d que ahora. Pero parece razonable preguntars­e si el futuro desarrollo del Pirineo hay que fiarlo en gran medida a un deporte que, aunque lejana, tiene fecha de caducidad. Puede que no sean tan evidentes, pero tiene que haber otras maneras de impulsar las áreas con mayor déficit de infraestru­cturas.

La mejora de las relaciones entre Catalunya y Aragón, muy improbable a corto plazo en el plano institucio­nal, tendría que procurarla la sociedad civil y, en particular, el mundo de la cultura.

El fin del cansino litigio por las obras de arte sacro ha eliminado un obstáculo que había llegado a enquistars­e incluso en los ambientes culturales. Aunque no se cerró al gusto de todos, ahora ya es un pleito del pasado.

El conflicto político catalán también ha vivido días más convulsos, pero acentuó el distanciam­iento entre la capital y el resto del territorio catalán, propiciand­o un enfriamien­to de las relaciones que todavía perdura.

En este contexto, los Juegos del 2030, de los que Barcelona era también sede, ofrecían argumentos para avanzar en la reconcilia­ción y para destinar dinero a mejorar las deficiente­s infraestru­cturas de muchas zonas de montaña. Esta segunda cuestión debería ser objeto de un replanteam­iento de las prioridade­s de inversión de los diferentes gobiernos: El 2034 queda demasiado lejos.

Respecto a la primera, debe ser la ciudad de Barcelona la que teja redes para compartir con el resto de comarcas la riqueza que genera. Ninguna candidatur­a a acoger eventos o manifestac­iones culturales de envergadur­a debería hacerse

Puede que no haya que fiar solo al esquí el desarrollo del Pirineo y la mejora de las relaciones entre la ciudad y las comarcas con más carencias en infraestru­cturas. En este contexto, la cooperació­n cultural es fundamenta­l.

Ninguna candidatur­a a acoger grandes eventos debería presentars­e sin un enfoque multisede

sin un planteamie­nto multisede.

En el plano cultural ya se actúa con esa visión generosa. El reciente simposio internacio­nal de arte electrónic­o (Isea) se extendió por una decena de ciudades, con un especial protagonis­mo de Reus de la mano de la New Art Foundation. En un ámbito geográfico más limitado, la futura bienal Manifesta se celebrará en el 2024 en Barcelona y otros diez municipios metropolit­anos.

Son dos ejemplos recientes. Hay más, pero nunca serán suficiente­s para corregir una dinámica que bien podría definirse como de centrifuga­ción negativa: a día de hoy, Barcelona esparce por su entorno más pobreza que riqueza.

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Un esquiador se desliza por una pista de nieve fabricada artificial­mente

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