Paisaje después del fiasco de los Juegos del 2030
No puede descartarse que dentro de ocho años, cuando se celebren en algún lugar del planeta los Juegos Olímpicos de invierno, bastantes habitantes del Pirineo experimenten una cierta sensación de alivio recordando el día en que descarriló el proyecto. La percepción que se tendrá entonces de la crisis climática (una década de olas de calor y de huracanes después) será sin duda más acusada que ahora, de la misma forma que el asunto nos preocupa hoy mucho más de lo que lo hacía en el 2012.
Es posible, incluso, que por entonces ya se empiece a hablar del esquí como un privilegio exclusivo de los vecinos del círculo polar Ártico.
Pero también es evidente que el modo en que se ha desmantelado la presunta candidatura del Pirineo catalán y aragonés ha dejado mal sabor de boca y la sensación de oportunidad perdida. Por supuesto, la oportunidad de promocionar las comarcas de montaña y de utilizar el evento como catalizador de una inversión de choque en infraestructuras. Pero también de interrelacionar territorios que ahora se dan la espalda.
De entrada, se presentaba una oportunidad de establecer una relación más fluida y productiva entre el centro y la periferia, es decir, entre Zaragoza y su Pirineo y entre Barcelona y el conjunto del territorio catalán. Pero también entre las comunidades de Catalunya y Aragón, integradas en uno de los ejes económicos (el del valle del Ebro) que desafían el dogma de la España radial.
En el horizonte se perfila el año 2034, con el reclamo de unos nuevos Juegos de invierno a los que podría aspirar el Pirineo si se actuara con mayor generosidad que ahora. Pero parece razonable preguntarse si el futuro desarrollo del Pirineo hay que fiarlo en gran medida a un deporte que, aunque lejana, tiene fecha de caducidad. Puede que no sean tan evidentes, pero tiene que haber otras maneras de impulsar las áreas con mayor déficit de infraestructuras.
La mejora de las relaciones entre Catalunya y Aragón, muy improbable a corto plazo en el plano institucional, tendría que procurarla la sociedad civil y, en particular, el mundo de la cultura.
El fin del cansino litigio por las obras de arte sacro ha eliminado un obstáculo que había llegado a enquistarse incluso en los ambientes culturales. Aunque no se cerró al gusto de todos, ahora ya es un pleito del pasado.
El conflicto político catalán también ha vivido días más convulsos, pero acentuó el distanciamiento entre la capital y el resto del territorio catalán, propiciando un enfriamiento de las relaciones que todavía perdura.
En este contexto, los Juegos del 2030, de los que Barcelona era también sede, ofrecían argumentos para avanzar en la reconciliación y para destinar dinero a mejorar las deficientes infraestructuras de muchas zonas de montaña. Esta segunda cuestión debería ser objeto de un replanteamiento de las prioridades de inversión de los diferentes gobiernos: El 2034 queda demasiado lejos.
Respecto a la primera, debe ser la ciudad de Barcelona la que teja redes para compartir con el resto de comarcas la riqueza que genera. Ninguna candidatura a acoger eventos o manifestaciones culturales de envergadura debería hacerse
Puede que no haya que fiar solo al esquí el desarrollo del Pirineo y la mejora de las relaciones entre la ciudad y las comarcas con más carencias en infraestructuras. En este contexto, la cooperación cultural es fundamental.
Ninguna candidatura a acoger grandes eventos debería presentarse sin un enfoque multisede
sin un planteamiento multisede.
En el plano cultural ya se actúa con esa visión generosa. El reciente simposio internacional de arte electrónico (Isea) se extendió por una decena de ciudades, con un especial protagonismo de Reus de la mano de la New Art Foundation. En un ámbito geográfico más limitado, la futura bienal Manifesta se celebrará en el 2024 en Barcelona y otros diez municipios metropolitanos.
Son dos ejemplos recientes. Hay más, pero nunca serán suficientes para corregir una dinámica que bien podría definirse como de centrifugación negativa: a día de hoy, Barcelona esparce por su entorno más pobreza que riqueza.