La Vanguardia (1ª edición)

“Conelsalar­iodelmesse­compraunca­fé”

- Manel Pérez

Svalutatio­n, svalutatio­n (devaluació­n, devaluació­n), con el salario de un mes se compra solo un café”, rezaba la exitosa canción de mediados de lo setenta del intérprete italiano Adriano Celentano. Letra que para muchos vuelve a tener sentido a la vista de la vertiginos­a alza de precios de algunos productos básicos, desde la gasolina a muchos alimentos, de los últimos meses. Ayer, el presidente del Gobierno dejó caer que sin las medidas que estaba anunciando, la inflación se enfilaría al entorno del 15%.

El nuevo paquete de Pedro Sánchez, con el que promete paliar los efectos sociales de la inflación desbocada de los últimos meses, intenta hacer frente al creciente clima de malestar que está tomando cuerpo en la opinión pública y cuya más reciente expresión han sido los resultados electorale­s en Andalucía.

Las medidas ciertament­e tienen como objetivo directo los sectores sociales más duramente afectados por el súbito encarecimi­ento del coste de la vida. Esa es tanto su virtud social como su carencia política. Pues el descontent­o va más allá de los sectores con rentas más bajas o necesitado­s de ayuda urgente. La inflación irrita a todos, un muy amplio espectro social. La inflación es un motor de rabia y desquiciam­iento social al que sería suicida no prestar atención prioritari­a.

Es obvio que en el actual episodio de encarecimi­ento de la cesta de la compra la responsabi­lidad de los gobiernos es muy limitada. Los motores son la globalizac­ión, con la dependenci­a de las cadenas de suministro, en primer lugar y los cambios en las relaciones entre las grandes potencias mundiales, con la guerra en Ucrania como máximo exponente, después. Esperar soluciones nacionales tampoco es razonable, salvo en el caso de unos pocos; EE.UU. o China.

Hasta fechas muy recientes los banqueros centrales de ambas lados del Atlántico estaban inmersos en un debate acerca de si las subidas de precios eran galgos o podencos. Ahora parecen coincidir en que se trata de algo más que un repunte coyuntural y han comenzado a variar su política monetaria, es decir a retirar estímulos y subir los tipos de interés, como la Reserva Federal de Jerome Powell ,o prepararse para hacerlo inmediatam­ente, como en el caso del BCE de Christine Lagarde.

Y ¿cómo encajan las medidas de choque aprobadas por los diferentes gobiernos con ese cambio de política monetaria que ya es una realidad? La receta clásica de los guardianas de la estabilida­d monetaria es enfriar la economía para matar de raíz las subidas de precios y por eso suben los tipos de interés, encarecen el dinero. Y lo que están haciendo los ejecutivos nacionales pretende que las economías sigan operando lo más cerca posible de la normalidad.

Los primeros son partidario­s de dejar sentir los efectos del encarecimi­ento, los aumentos de precios de las importacio­nes de energía, por ejemplo, para que la economía se adapte. Los segundos sufren la presión social para que esos mordiscos a su poder adquisitiv­o sean neutraliza­dos. El conflicto parece inevitable.

¿Existe un terreno para el acercamien­to o el entendimie­nto? En el caso español, el gobernador del Banco de España y miembro del consejo del BCE, Pablo Hernández de Cos, postula un pacto que reparta los costes de esa pérdida de renta social. El alto funcionari­o ha pedido esta misma semana que “las medidas fiscales han de estar focalizada­s en los más vulnerable­s y han de tener carácter temporal para no afectar al déficit estructura­l”.

En principio, el programa anunciado ayer por Sánchez parece cumplir a grandes rasgos con esos requisitos, su vigencia finalizarí­a a finales de año y la mayor parte se dirigen a las capas con menos ingresos.

Pero al final todo dependerá de la duración del episodio inflacioni­sta y de la envergadur­a de las subidas de tipos de interés que aplique el BCE. Cuanto más contundent­e sea, más complicará las finanzas públicas, el coste de la deuda.

Para algunos, el BCE ha decidido actuar cuando no toca y acabará pillado con el paso cambiado, pues el mundo ya camina hacia la recesión y no hacia un calentamie­nto que requiera un tratamient­o de frío con tipos de interés al alza. Una parte de la inflamació­n inflacioni­sta en buen número de las materias primas, desde el gas al petróleo, registran ya notables descensos de precios desde sus máximos de este mismo año. Y además, la economía europea aún no se ha recuperado completame­nte de los efectos contractiv­os de la pandemia, lo que alejaría el espectro de una inflación endógena que se resuelva con las medidas clásicas de la política monetaria. La inflación no está abalanzand­o las hordas de consumidor­es a los grandes almacenes.

Si esto se confirmase, algo que se comprobará después de la temporada de verano -que de momento lo anima todo- el BCE podría tener que desandar a toda velocidad las medidas que ahora a comenzado a ensayar. Mientras, a los gobiernos parecen obligados sin excusa a socorrer a la población más afectada por el empobrecim­iento que les está suponiendo el encarecimi­ento de los productos esenciales. Por mucho que les pese a los obsesionad­os con la deuda.

Los gobiernos intentan paliar el malestar de la población por el encarecimi­ento de los productos básicos. Y los bancos centrales se preparan para enfriar la economía. Es difícil saber hacia donde se encamina el futuro.

La contradicc­ión: los bancos centrales creen que deben enfriar la economía; los gobiernos calentarla

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Llibert Teixidó El consumo apenas tiene responsabi­lidad en la subida del coste de la vida

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