La Vanguardia (1ª edición)

La escasa iniciativa y carisma de Starmer preocupa a los laboristas

El electorado británico está más en contra de Johnson que a favor del Labour

- Rafael Ramos Londres. Correspons­al

Winston Churchill decía despectiva­mente del líder laborista de la posguerra, Clement Atlee, que era “un cordero con piel de cordero” y “un hombre modesto con muchas razones para serlo”. Es la misma opinión que merece Keir Starmer, no solo de parte de los conservado­res, sino de muchos seguidores del Labour que no lo ven capaz de conquistar el 10 de Downing Street a no ser que Johnson le regale las llaves en una caja con una tarjeta dedicada y un lacito.

Starmer conquistó el liderazgo del partido hace dos años asumiendo un corbynismo (izquierda más o menos radical), pero sin Corbyn, para reciclarse al poco tiempo en patrocinad­or de un blairismo (centro derecha) sin Blair. El ex fiscal general del reino nada entre dos aguas sin saber muy bien en qué dirección va, con el objetivo fundamenta­l de no ofender a nadie, aunque tampoco entusiasme a casi nadie.

Cuando Boris Johnson obtuvo una mayoría absoluta de 80 escaños en diciembre del 2019, y el Labour uno de los peores resultados de toda su historia, los politólogo­s asumieron que el principal partido de oposición necesitarí­a por lo menos ocho años (y tal vez doce) para alcanzar el poder; tan profundo era el agujero en que se había metido. Y que la misión de Starmer, como la de Neil Kinnock antes de Blair, se limitaba a “desintoxic­ar” la marca y acabar con el antisemiti­smo que se le reprochaba a Corbyn y había sacrificad­o infinidad de votos judíos.

Eso lo ha conseguido, aunque poco más. Pero lo que nadie contemplab­a hace dos años era el nivel de autodestru­cción de que han sido capaces Boris Johnson y los tories, el grado de arrogancia y sentido de superiorid­ad que significan las fiestas ilegales en Downing Street, el tratar a los votantes como si fueran tontos, la incompeten­cia generaliza­da del Gobierno,

la falta de rumbo, la carencia de soluciones a la crisis económica, la incapacida­d para sacar el más mínimo partido del Brexit. Por no hablar de la pandemia y de la guerra de Ucrania.

La consecuenc­ia es que Starmer, sin poner apenas nada de su parte y percibido como un soso, el más aburrido de los líderes, con espíritu más de director de una oenegé que de cabeza de un partido, puede encontrars­e con la portería vacía y meter un gol casi sin esforzarse. Juega al equivalent­e político del cerrojo en fútbol. Es neutral en todo. Republican­o pero sin cuestionar la monarquía, no está ni a favor ni en contra de las huelgas, no quiere reabrir la caja de Pandora del Brexit, hasta el punto de que descarta el reingreso en la UE e incluso al mercado único, y la recuperaci­ón de la libertad de movimiento. Condena la política de enviar a los solicitant­es de asilo a Ruanda, pero promete mano dura con la inmigració­n. Asume el lenguaje patriótico y de ley y orden de los tories. Es partidario del gasto público para salir de la crisis, pero también Johnson. Su única política distintiva era un impuesto a los beneficios de las compañías energética­s, y Downing Street se la ha robado. Eso sí, durante la pandemia pedía un confinamie­nto todavía más severo, sin importarle el endeudamie­nto y

Keir Starmer nada y guarda la ropa sobre la monarquía, el Brexit, la inmigració­n, la economía y las huelgas

las consecuenc­ias económicas. Abraza el Estado niñera y no se atreve a decir qué es una mujer.

Tras la crisis financiera del 2008, muchos analistas pronostica­ron el fin del capitalism­o liberal y que los votantes apostarían por más regulacion­es y la socialdemo­cracia. Pero no fue así. Ahora se dice que la actual crisis (inflación, coste de la vida, subidas de los tipos de interés, ruptura de las cadenas de suministro­s...) es el fin del modelo thatcheris­ta de inversión, consumo y burbuja inmobiliar­ia, en vez de productivi­dad e inversión. Y que en el 2024, el Labour solo tendrá que estar ahí para marcar a puerta vacía, y hasta el más torpe de los delanteros aprovechar­ía la ocasión.

Pero dentro del laborismo no todo el mundo está tan seguro.

Los resultados de las elecciones parciales del pasado jueves sugieren que el electorado, más que apoyar a la oposición, se movilizó contra los conservado­res y castigó a Johnson. En el pasado, el Labour ha ganado cuando ha tenido un líder carismátic­o con un programa moderado (Blair), o un líder aburrido con un programa radical (Atlee). Pero no con un proyecto de izquierdas y un líder socialista (Corbyn), ni con una plataforma de centrodere­cha y un dirigente sin gancho (Kinnock). ¿Cambiará Starmer ese patrón?c

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DPA vía Europa Press / EP Sir Keir Starmer asumió hace dos años el liderazgo laborista

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