Nadal, Djokovic, el abismo
El manacorí testea el pie, y el serbio, antivacunas, juega su último grande del año
Incluso años después, Federer sonaba aún aliviado al mirar atrás ‘Master’, Christopher Clarey
Era el 2006, Rafael Nadal (36) aún se abría paso en el imaginario popular y su equipo había preparado un encuentro con la prensa en su casa en Oakfield, a un minuto a pie de la puerta 13 del All England Club, el hogar de Wimbledon.
–No es el palacio de Buckingham, pero aquí se está bien –nos decía Nadal, sentado en la moqueta blanca del salón, la espalda contra la pared, las piernas estiradas.
Nadal, que el martes debutará ante Francisco Cerúndolo, se niega a hablar de su castigado pie izquierdo
“Yo no pienso vacunarme, así que no jugaré en el US Open”, ha dicho Djokovic en estos días
En aquel entonces, Nadal aprendía de sus predecesores. De Agassi, Hewitt y Roddick, otoñales ya, y del mago Federer, el hombre del momento (ganaría aquella edición, tras tumbar a Nadal en la final): todos alquilaban casas en lujosas urbanizaciones próximas, ninguno de ellos estaba dispuesto a encerrarse en un coche durante dos horas diarias para alcanzar el club (una hora de ida, otra hora de vuelta...).
–Desde aquí llegamos al recinto en un momento y no nos pasamos allí todo el día, aburriéndonos –decía el manacorense, entonces aún un teenager, mientras el curioso recorría la mirada por el lugar.
Una gran pantalla colgaba de la pared del salón. En el Tour, Óscar Freire se adjudicaba la etapa. De reojo, Nadal contemplaba la escena. Su padre y su tío-entrenador conversaban en un patio soleado de la planta baja. Al pie de un altavoz se apilaban álbums de Sting y Rosana.
A veces, en los ratos libres, cuando no jugaban al parchís, Nadal cocinaba. Nos contaba que se había especializado en la