La Vanguardia (1ª edición)

La hierba, un misterio

- Sergio HerediA

Estampas habituales se repiten en Wimbledon.

Rompe a llover a media tarde, llueve sobre el All England Club, y el tenis se paraliza a medias. El público sale en estampida de las pistas periférica­s, buscando cobijo en la cafetería, aunque la vida sigue en el Center Court yla Pista 1, allí donde, a la par y respectiva­mente, se fajan Novak Djokovic (sufre aunque derrota a Kwon) y Carlos Alcaraz (sufre aún más que Djokovic aunque derrota a Struff): se juega bajo techo en ambos escenarios.

Son estampas habituales la lluvia y también las incertidum­bres de Wimbledon, el más impredecib­le de los grandes torneos salvo en los días de esplendor de Sampras, los de Federer o los del mejor Djokovic.

Y mientras la organizaci­ón inicia su tradiciona­l ronda de avisos meteorológ­icos (partido suspendido, no se reiniciará antes de las 15.30; no se reiniciará antes de las 15.45; no se reiniciará antes de las 16h...), el tenis sobrevive en el Center Court y la Pista 1 y a Novak Djokovic (35), seis veces campeón aquí, las tres últimas ediciones de un tirón, va y le asaltan las dudas.

No es el mejor Djokovic.

Ocurre justo en el segundo set, cuando el serbio pierde tres juegos de un tirón y Kwon se le echa encima.

En el palco, se le muda el rostro a Goran Ivanisevic, gigantesco sacador que se había impuesto en Londres en el 2001 y que ahora dirige a Djokovic.

Y en la pista, se enfurruña Djokovic, que no encuentra su punto y encima se ha topado con un jugón.

Kwon (81ª raqueta hoy) no tiene pedigrí ni triunfos de relumbrón, y acaso por eso le trae al pairo el pedigrí de Djokovic: no tiene nada que perder. El serbio, montaña rusa de sensacione­s en este 2022, se encuentra en un brete, sin duda descolocad­o, y por eso debe subirle un tono a la paleta de colores.

Se centra en el resto, se estabiliza desde el fondo, se anticipa a los movimiento­s de Kwon y recupera el control del compromiso para apropiarse de los dos últimos sets y elevar a 22 su cifra de victorias consecutiv­as en la misteriosa hierba de Londres (6-3, 3-6, 6-3 y 6-4). Le espera Kokkinakis.

(Bjorn Borg, con 41 victorias seguidas, tiene el récord absoluto en Wimbledon; no perdió un partido entre 1976 y 1981)

Ese mismo misterio londinense envuelve a Alcaraz (19), que a esas mismas horas pelea ante Jan-Lennard Struff, gigantón alemán que se viste como un niño travieso, con la gorra hacia atrás, y no se mira el ranking, pues es el 155.º del mundo y parece darle igual: sirve y golpea como si no hubiera un mañana, y no se arruga en ningún momento.

Alcaraz lleva días avisando (“no me veo favorito, estoy aquí para aprender”, había dicho en la víspera), y luce un vendaje en el codo derecho y se ve inmerso en un partido de vértigo. Struff no le deja respirar. Ni contempori­za ni negocia.

Struff, verdugo del murciano en Roland Garros hace un año, provoca ahora un partido acelerado, de escasos peloteos, mucho saque-volea y servicios contundent­es, una ansiedad para Alcaraz, que trata de encasillar al alemán pero no hay manera, el gigante no entra en la jaula.

Alcaraz acaba aplicando mucho arte, mucho cambio de ritmo y mucho ace (30, por los 23 de Struff) para deshacer el lío. Se impone por 4-6, 7-5, 4-6, 7-6 (3) y 6-4, en 4h10m, en un ejercicio que ejecuta como los más grandes, acaso reivindicá­ndose ante quienes dicen:

–No será Nadal.

Vaya misión, la suya.c

Struff llevó a Alcaraz al límite, hizo del partido un galimatías de vértigo, sin ritmo y sin largos peloteos

el dAto

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