La Vanguardia (1ª edición)

El ático del Mandarin superará los 40 millones

Tras una inversión de 160 millones, KKH Property Investors espera culminar la venta de los 34 pisos de lujo antes de final de año

- Sara Sans

Cuanto más alto es el piso, más caro el metro cuadrado. De momento, la media sale a unos 30.000 euros, pero en una de las residencia­s ya vendidas el metro cuadrado se ha pagado a casi 45.000 euros. Para el ático dúplex, de 580 metros cuadrados, en lo alto de la torre de 20 pisos del Mandarin Residences, hay lista de espera. “Escuchamos ofertas a partir de 40 millones”, mantiene Josep Maria Farré, fundador de KKH Property Investors, la compañía que ha desarrolla­do el complejo residencia­l de lujo más caro de

Barcelona y del resto del país en una de las esquinas del Paseo de Gracia con Diagonal.

El proyecto ha supuesto una inversión de 160 millones que KKH espera más que recuperar con la venta de las 34 residencia­s, cuatro de ellas –en los pisos 17, 18, 19 y 20– áticos. Una quincena ya están vendidas y la compañía espera culminar la comerciali­zación antes de final de año. “Los precios son muy superiores a los del mercado por la calidad del diseño, los materiales y la ejecución y por la localizaci­ón, que es única e irrepetibl­e”, añade Farré. La mayoría de los pisos tienen una vista inmejorabl­e de 360 grados sobre la ciudad. Desde el Tibidabo, siguiendo toda la línea de mar y hasta Montjuïc y sin ningún edificio alrededor.

En la planta 16 se acaba de habilitar el piso de muestra. “Hasta ahora todo lo hemos vendido sobre plano, pero hay gente que quiere venir”. Tanto es así, que “varios cientos” de potenciale­s clientes esperan turno, dice Farré. Pocos pisos repiten estructura: los hay de una, dos y tres habitacion­es y oscilan entre los 120 y los 500 m2 de una planta entera. El ático dúplex suma 80 m2 más y es el único piso que no está acabado para que el futuro comprador pueda distribuir­lo y rematarlo a gusto.

En el piso de muestra, el Tibidabo asoma por la cocina, una de las amplias ventanas del comedor enmarca el Paseo de Gracia y otra la Sagrada Família. Desde el balcón se ve la piscina y el jardín, ubicada en lo alto de la Casa Seat y conectada con el edificio por una pasarela. En la planta sexta, la Planta Club, se han ubicado todos los servicios comunes para los futuros propietari­os, todos gestionado­s por Mandarin Oriental. Hay salas de reuniones, una sala de lectura, el gimnasio con vistas, la sauna y los vestidores.

“Vivir aquí será lo más parecido a vivir en un hotel de cinco estrellas”, explica Miriam Tirado, directora del complejo residencia­l, que contará con un equipo de 25 personas. Los propietari­os tendrán el servicio de mantenimie­nto, seguridad, conserjerí­a las 24 horas y la Planta Club a su disposició­n, acceso privilegia­do a todos los Mandarin Oriental del mundo y todo tipo de servicios a la carta: para organizar una cena, una fiesta, adquirir flores, disponer de un chef, recibir la compra o contratar cuidados para niños y mascotas.

Las obras del edificio, diseñado por el español Carlos Ferrater, Premio Nacional de Arquitectu­ra, acabaron hace unos meses y la decoración ha ido a cargo del estudio de Londres Muza Lab. KKH compró el edificio en 2014 cuando aún eran oficinas del Deutsche Bank con la intención de reconverti­rlo en hotel de lujo. Sin embargo, con el cambio de gobierno municipal, el Four Seasons acabó abriendo en Madrid y los promotores reformular­on el proyecto partiendo el edificio, que tenía forma de L, en dos: la Casa Seat y las Residencia­s Mandarin.c

Acabo de leer el libro Querido Pier Paolo, escrito por Dacia Maraini, mientras paso unos días en Roma, en el barrio de Flaminio. Y he querido acabar la lectura de ese libro en el restaurant­e Le Galline, porque es uno de los lugares, próximos a su casa, que Maraini aún frecuenta. Ignoro si aún se deja ver por Gigetto, donde sirven unas alcachofas a la judía, que en su día también celebraron Moravia, Fellini, Bertolucci o Pier Paolo Pasolini. O en otro de sus restaurant­es favoritos, La Campana, el más antiguo del mundo y donde sirven unos excelentes taglioni di acciughe e pecorino, es decir, una pasta con anchoas y queso.

Al acabar de leer el libro de Maraini no puedo evitar pensar en algunas de las cosas que se atrevió a decir y a escribir el autodestru­ctivo Pasolini. Confieso que, quizá por su aspecto físico, voluntaria­mente duro y eternament­e parapetado tras unas gafas de sol, nunca me cayó bien, pero siempre admiré su valentía, que no es propia de quienes se definen como intelectua­les. Pasolini se atrevió a defender a la policía, frente a los hijos de la burguesía italiana que se enfrentaba­n a ellos solo porque eran de otra clase social. “Los policías son hijos de pobres. Tomadla con la magistratu­ra y ya veréis”.

Luego, en un diario de papel, me informo sobre la manifestac­ión contra la OTAN, celebrada el domingo en Madrid, y en la que participar­on algunos diputados mostrando, una vez más, esa desfachate­z que consiste en actuar al mismo tiempo como miembro del Gobierno o del Parlamento y como un simple activista. Estas gentes nuevas que llegaron, según sus palabras, a la política para cambiarlo todo, lo único que han

El precio medio del m2 de estas residencia­s se sitúa en los 30.000 euros, pero ya se han hecho ventas de casi 45.000 euros el m2

La desfachate­z consiste en actuar a la vez como miembro del Gobierno y como un simple activista

hecho es mejorar a quienes les precediero­n. Aquellos se beneficiar­on de las prebendas que concede el poder, pero lo disimulaba­n, estos nuevos ni siquiera disimulan. Parecen vivir en una contradicc­ión permanente, pero no dimiten.

En Ucrania mueren diariament­e muchos de sus ciudadanos a manos del ejército ruso, pero las únicas guerras que sublevan a la extrema izquierda española o simplement­e izquierda, son las que protagoniz­an el ejército estadounid­ense y esos oscuros mercaderes que son quienes deciden cuándo y por qué ha de estallar una guerra. Además, en este país, a juzgar por la mayor parte de medios de comunicaci­ón, no existe la extrema izquierda. O sea, que así como Franco ganó la guerra real, pero perdió la de la propaganda y Hitler perdió la guerra real y la de la propaganda, Stalin ganó las dos. Y eso explica que, gracias a muchos medios de comunicaci­ón españoles, a la extrema izquierda no se la mencione.

Pero lo grave es que muchos de sus aparentes militantes siguen comportánd­ose como los dóciles corderos o perros de presa de aquel rebaño pastoreado, entre otros, por Stalin, Beria o Blojín, el verdugo que confesó que, después de la sangre derramada en las diarias torturas que él dirigía, tenían que bañarse literalmen­te en colonia para quitarse de encima el mal olor a muerto torturado.

Desfachate­z. Esa es la palabra.

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