La Vanguardia (1ª edición)

Cuando el socio del Barça era rey...

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Un pilar social de Catalunya era la posesión de un abono del FC Barcelona, a poder ser a tu nombre. El Barça era la entidad más integrador­a del país, allí donde confluían, espontánea­mente, clases sociales, gente de aquí, gente de allá. A diferencia de un abono del Liceu, había bofetadas por ser socio del Barça pese a los berrinches, tan habituales. Eso sí, cada temporada, por estas fechas, el soci recargaba la ilusión y acuñaba el pletórico aquest any sí!, digno del pueblo judío antes del 1948.

Con mis primeros salarios, yo también fui socio del Barça, indirectam­ente, tres o cuatro temporadas. El suegro del amigo Juaneda nos cedió sus dos carnets de gol porque ya había alcanzado esa edad –que siempre llega– en que ir al Camp Nou le daba pereza y eso que los horarios eran previsible­s y muy dominicale­s. Solo exigía una condición, sagrada: la devolución, al terminar cada temporada, del carnet, el carnet físico, que conservaba religiosam­ente desde décadas.

Los abonos eran un aval de buen ciudadano, de catalán cabal y hasta de estatus (muchos eran los llamados y pocos los elegidos).

Recuerdo al señor Josa por estas fechas y certifico, como certifican los notarios, que aquella respetabil­idad ha volado y ser socio del Barça empieza a parecer una reliquia, un vicio que uno desea dejar pero cuesta, un

Cada vez cuesta más sentir que el Barça es de sus socios: vaya usted a saber de qué fondo es...

certificad­o de hidalguía que no lleva a ninguna parte, salvo al Camp Nou y a Montjuïc, como en su día el RCD Espanyol, y so pena de expulsión en caso de ausencia.

Entre todos la mataron y ella sola se murió. Los hábitos han cambiado, el fútbol es otra cosa, más recreativa y desapasion­ada, y el FC Barcelona no busca el porvenir entre sus socios sino en despachos, fondos de inversión y multinacio­nales, que no dan un euro por un alma, el alma del soci. Cada vez cuesta más creerse que el FC Barcelona pertenece a sus socios: a estas horas, vaya usted a saber de qué fondo, banco de inversione­s o sociedad mercantil es el Barça.

Ningún candidato ha ganado unas elecciones diciendo que subirá el precio de los abonos –el socio asustaba– y ahora, me temo, es irrelevant­e. A menos que los abonados estén dispuestos a una derrama o a adelantar miles de euros, hipótesis improbable­s, el divorcio es irreversib­le. Como esos jubilados que reniegan de su pensión después de tantos años cotizados, sin querer comprender que aquel dinero está gastado y no le aguarda en un cofre, a su nombre y medida.

El país, digo yo, tiene otros pilares y ser socio del Barça es una anécdota, la sombra de los tiempos de esplendor, como esas naves fabriles abandonada­s o transforma­das en pisos para parejas de hipsters...

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