Impactante
El Grec se inauguró con nota. Y no precisamente de forma complaciente con el público. Hubo movimiento virtuoso, plástica, energía y perfección técnica, pero esta danza no es solo belleza, una criatura calladita. La de ayer gritaba. Venía con ganas de sorprender, y multiplicó posibilidades y texturas a cada coreografía.
Las dos radicalmente más contemporáneas, la de la coreógrafa Marina Mascarell y la de Sharon Eyal, no desmerecieron nada de la del clásico contemporáneo de museo que ya es Forsythe. Y montadas en orden inverso a su antigüedad (la primera, la de Mascarell) crearon una dramaturgia global in crescendo que finalmente culminaba en el ruido y la furia de la One flat thing, reproduced de Forsythe. De cosa plana, nada. Un exceso, bajo un control extraordinario. Qué intérpretes, tanto para los momentos de estallido como a la hora de clavar un movimiento o transiciones lentísimas de dificultad extrema.
La danza de Mascarell da cuerpo al pensamiento con una coreografía precisa que se interroga sobre el sentido de los pasos, tal como apunta el título, frustrando las expectativas generadas por las músicas de los compositores escogidos. Después de la contención de sus siete bailarines, seguían los doce de Bedrom folk y los catorce de One flat thing, reproduced en un ritmo creciente. La coreografía de Sharon Eyal és la más agradable de las tres. Muy cálida, se sitúa en una estética que oscila entre las formas del cabaret berlinés de estética expresionista en la superficie, y la cosa tribal, primigenia, de encuentro en las cavernas, en el fondo. El ritmo electrónico se impone, y aquí prima la fuerza del grupo, que ayer proyectaba sombras en la pared de roca e, iluminada en rojo fuego, le daba textura prehistórica.
Para el tapiz de la noche, la calidad final de la conocida pieza de Forsythe equivalía a un rasgón, a romper la baraja, a castillo de fuegos final. Exige una precisión extraordinaria de los intérpretes, incluso para no hacerse daño, pero qué energía y qué estallido de movimientos. El mejor punto y final.
El Nederlands Dans Theater insufla vida, optimismo, caos, orden e inquietud en el escenario de Montjuïc
reógrafa canadiense se comprometió entonces a regresar al festival barcelonés. Pero inmediatamente asumió la dirección de la NDT, donde en pandemia se ha dedicado a renovar la compañía y a hacer encargos a coreógrafos jóvenes, para recuperar su espíritu primigenio. Lo que supone buscar un equilibrio entre el repertorio más conocido y los mundos nuevos. La visita que le debía a Barcelona ha supuesto, pues, movilizar a la compañía neerlandesa que tan de cerca ha seguido el público barcelonés desde que en los años ochenta Nacho Duato fuera una de sus figuras. Prueba de