La Vanguardia (1ª edición)

Impactante

- Jo quim Noguero

El Grec se inauguró con nota. Y no precisamen­te de forma complacien­te con el público. Hubo movimiento virtuoso, plástica, energía y perfección técnica, pero esta danza no es solo belleza, una criatura calladita. La de ayer gritaba. Venía con ganas de sorprender, y multiplicó posibilida­des y texturas a cada coreografí­a.

Las dos radicalmen­te más contemporá­neas, la de la coreógrafa Marina Mascarell y la de Sharon Eyal, no desmerecie­ron nada de la del clásico contemporá­neo de museo que ya es Forsythe. Y montadas en orden inverso a su antigüedad (la primera, la de Mascarell) crearon una dramaturgi­a global in crescendo que finalmente culminaba en el ruido y la furia de la One flat thing, reproduced de Forsythe. De cosa plana, nada. Un exceso, bajo un control extraordin­ario. Qué intérprete­s, tanto para los momentos de estallido como a la hora de clavar un movimiento o transicion­es lentísimas de dificultad extrema.

La danza de Mascarell da cuerpo al pensamient­o con una coreografí­a precisa que se interroga sobre el sentido de los pasos, tal como apunta el título, frustrando las expectativ­as generadas por las músicas de los compositor­es escogidos. Después de la contención de sus siete bailarines, seguían los doce de Bedrom folk y los catorce de One flat thing, reproduced en un ritmo creciente. La coreografí­a de Sharon Eyal és la más agradable de las tres. Muy cálida, se sitúa en una estética que oscila entre las formas del cabaret berlinés de estética expresioni­sta en la superficie, y la cosa tribal, primigenia, de encuentro en las cavernas, en el fondo. El ritmo electrónic­o se impone, y aquí prima la fuerza del grupo, que ayer proyectaba sombras en la pared de roca e, iluminada en rojo fuego, le daba textura prehistóri­ca.

Para el tapiz de la noche, la calidad final de la conocida pieza de Forsythe equivalía a un rasgón, a romper la baraja, a castillo de fuegos final. Exige una precisión extraordin­aria de los intérprete­s, incluso para no hacerse daño, pero qué energía y qué estallido de movimiento­s. El mejor punto y final.

El Nederlands Dans Theater insufla vida, optimismo, caos, orden e inquietud en el escenario de Montjuïc

reógrafa canadiense se comprometi­ó entonces a regresar al festival barcelonés. Pero inmediatam­ente asumió la dirección de la NDT, donde en pandemia se ha dedicado a renovar la compañía y a hacer encargos a coreógrafo­s jóvenes, para recuperar su espíritu primigenio. Lo que supone buscar un equilibrio entre el repertorio más conocido y los mundos nuevos. La visita que le debía a Barcelona ha supuesto, pues, movilizar a la compañía neerlandes­a que tan de cerca ha seguido el público barcelonés desde que en los años ochenta Nacho Duato fuera una de sus figuras. Prueba de

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