La Vanguardia (1ª edición)

Vamos, Enric, ¡vamoooooos!

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Enric es mi suegro y el día en el que fui a conocerle, hace catorce años, había descubiert­o en él una estampa singular: parado a pie de calle, con una mano sujetaba a Chico, su perrito blanco, y con la otra, a su ejemplar de La Vanguardia en papel.

¡Cuánta prensa en papel se vendía en aquellos tiempos!

Nuestros amigos bromeaban. Le preguntaba­n a Silvia, mi mujer:

–¿Cómo están tu padre y La Vanguardia?

Y mi mujer les ofrecía una respuesta tan abstracta como misteriosa:

–Uno mejor que el otro.

Luego íbamos a comer a la casa familiar (no dejarán de fascinarme aquellas libretas diseminada­s por doquier, repletas de fórmulas matemática­s, el pasatiempo­s de nuestro protagonis­ta) y Enric se pasaba la sobremesa reflexiona­ndo sobre aquello que aquel mismo día había leído en el diario, enfatizand­o en los Deportes.

–¿Y Messi? ¿Y Guardiola...?

Y yo capeaba el morlaco como podía, haciéndome el listo pero sabiéndome en falso (Periodismo: un océano de conocimien­to con un centímetro de profundida­d), pues siempre he tenido la sensación de que mi suegro maneja mejor que yo cualquier tema.

(Y creo que la percepción es correcta: Enric acostumbra a llevarme un cuerpo de ventaja).

En compañía de Enric me he tragado finales olímpicas de baloncesto y finales europeas de fútbol (el 4-0 del España-Italia del 2012), y alguna vez me ha preguntado por Usain Bolt, ladino él, pues el atletismo nunca le ha interesado demasiado.

–Com corre aquell paio –me decía cuando le hablaba del rayo jamaicano.

(...)

Ahora, Chico ya no está (se fue en las semanas de la pandemia), y Enric tiene un problema médico y está ingresado en el Clínic, y allí seguirá por unos días más, pero ni eso le hace cambiar el chip.

Cuando vamos a visitarle, siempre pide que le llevemos La Vanguardia en papel. Y mientras la mira de reojo, me pregunta: –¿Y cómo está Nadal? ¿Y cuándo te vas a Londres? Com juga aquell paio.

Y yo le voy contando historieta­s varias, pero me siento en falso pues la mirada de Enric sigue yéndose hacia el diario; a cada rato lo coge, lo despliega y lo hojea, lo cierra y al final me dice:

–Venga, no hace falta que te quedes más. Y ahí dejo a mi suegro, en su cuarto, estudiándo­se su diario.

Acaso así, leyendo, pasará buena parte del verano. Le deseo lo mejor a él y también a ustedes ahora que, por unas cuantas semanas, le doy un descanso a estas columnas.

Siempre he sentido que mi suegro maneja mejor que yo cualquier tema, deportes incluidos

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