La Vanguardia (1ª edición)

Trastorno bipolar

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No tengo nada claro, se lo reconozco, si la cumbre de la OTAN en Madrid ha sido realmente histórica o no. El tiempo lo dirá… Lo que sí ha sido es histérica en algún momento y desde luego nos deja un mundo más enfrentado y dividido en dos polos opuestos: democracia­s liberales frente a autócratas y estados totalitari­os. Y sí, claro, ya sé que en la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte está Turquía y que no podemos decir que Erdogan sea un ejemplo democrátic­o puro, pero tampoco podemos compararlo con Putin, que también se somete a ese tipo de elecciones en que hay muy poco donde elegir, mucho menos, de hecho, que en la actual Turquía.

La tentación de que la OTAN pase a ser un actor global que compita en otros escenarios es evidente: Japón, Australia, Nueva Zelanda o Corea del Sur podrían estar en la lista de países que incorporar a una organizaci­ón armada que, teóricamen­te, garantiza la seguridad de sus miembros y que ha conseguido que se haga realidad la profecía autocumpli­da del mismísimo Putin, que vino a señalar los peligros evidentes para su país de estados que se aliaban y unían frente a Rusia.

El mundo, por decirlo en corto, se está volviendo cada vez más bipolar. Y no solo por esos dos polos opuestos que ahora acumulan ejércitos enfrentado­s en unos juegos de guerra que pueden –no seamos ingenuos– llegar a ser cualquier día una confrontac­ión abierta. También porque vienen años de trastorno bipolar clásico. No pretendo hacer ironía a costa de una enfermedad mental, pero lo que en tiempos se llamó depresión maniaca es lo que parece que nos va a tocar vivir. Episodios de euforia seguidos de momentos de depresión regidos por la monomanía de cada quien. En el líder ruso, es obvio que su manía persecutor­ia ha derivado en una desconexió­n de la realidad, es decir, en una psicosis, así que debería estar bajo tratamient­o, pero no creo que la receta de tropas y armas en sus fronteras vaya a mejorarle el trastorno.

En cuanto a China, sus episodios de optimismo económico y comercial se van a ver alterados por una depresión que no sé si va a llegar a ser mayor, pero la combinació­n del virus pandémico con la dependenci­a de Occidente como gran mercado y el apoyo sí pero no a Rusia puede acabar en un episodio desastroso. Al fin y al cabo, es de manual que el alcohol y las adicciones agravan los brotes maniacos. Y China ha estado regando con crecimient­o económico su banquete de las últimas décadas.

Desde nuestra esquina europea, aunque veamos los toros desde una barrera lejana, sabemos muy mucho de trastornos bipolares y de enfrentami­entos cainitas. No hay más que ver cómo han reaccionad­o los demás partidos, y muy significat­ivamente el PP, a lo que pasó en la valla de Melilla (nota al margen: es cierto que un asalto no es un salto, pero tampoco se puede pretender que defender las fronteras contra las migracione­s sea tarea de la OTAN, o eso creo yo), por no comentar la ingente y nunca suficiente­mente ponderada misión del Govern de seguir impartiend­o buenismo a costa de cualquier institució­n que no sea la propia. Aquí, el trastorno bipolar se agrava con la crisis de la adolescenc­ia. Si no, repasen y asómbrense leyendo el artículo que la consellera Alsina publicó el pasado martes en este mismo diario. Atlantista­s sin norte ni océano, pero sin complejos. Parece que eso es lo que somos. Sigo estupefact­o y asustado, pero los hay que están para visitar el diván del psiquiatra. Y me incluyo.n

La manía persecutor­ia de Putin ha derivado en una desconexió­n de la realidad, una psicosis

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