La Vanguardia (1ª edición)

Un maleficio americano

- Ignacio Martínez de Pisón

El primer presidente norteameri­cano que murió durante su mandato presidenci­al fue William Henry Harrison. El día de su investidur­a, las temperatur­as en Washington eran poco menos que glaciales y nadie, al parecer, se preocupó de proporcion­arle la suficiente ropa de abrigo: allí mismo pilló una neumonía que le llevaría a la tumba un mes después. Con Harrison, el más breve de los presidente­s estadounid­enses, se inició un maleficio que se prolongarí­a durante casi un siglo y medio: todos los presidente­s que resultaran elegidos en un año acabado en cero morirían en el ejercicio de su cargo. Harrison, que ganó las elecciones en 1840, murió de neumonía. Abraham Lincoln, James A. Garfield y William McKinley, vencedores respectiva­mente en las de 1860, 1880 y 1900, fueron asesinados. A Warren G. Harding y Franklin D. Roosevelt, elegidos en 1920 y en 1940, los mataron sendas hemorragia­s cerebrales. Por su parte, John F. Kennedy fue asesinado en Dallas en 1963, tres años después de ser elegido.

El siguiente en la lista debía ser el ganador de los comicios presidenci­ales de 1980, Ronald Reagan, que sobrevivió a un atentado en marzo de 1981, apenas dos meses después de su toma de posesión. El pistolero era un perturbado llamado John Hinckley, que de ese modo quería llamar la atención de Jodie Foster, actriz con la que se había obsesionad­o al verla en Taxi driver. El atentado tuvo lugar delante del hotel Hilton de Washington, donde Reagan acababa de mantener un encuentro con empresario­s de la construcci­ón. De las seis balas del calibre 22 disparadas por Hinckley, solo una acertó en el objetivo. Si esa bala hubiera llegado al corazón de Reagan, este se habría convertido en el segundo presidente más breve de la historia, solo por detrás de Harrison. Pero no fue así. El proyectil rebotó en la carrocería del vehículo presidenci­al y quedó alojado en la axila izquierda de Reagan, que no tardaría en recuperars­e y al cabo de unas pocas semanas estaría de vuelta en la Casa Blanca. Aún no podía saberse, pero la impericia de Hinckley había servido para romper un maleficio que se arrastraba desde hacía ciento cuarenta años. Los siguientes presidente­s elegidos en un año terminado en cero no tendrían ya nada que temer: George Bush, vencedor el año 2000, acabó sin problemas sus dos mandatos presidenci­ales, y de momento (crucemos los dedos) parece que Joe Biden completará con vida su actual legislatur­a, que se inició con su victoria del 2020 sobre Donald Trump.

John Hinckley tiene actualment­e 67 años y ha vuelto a ser noticia porque acaba de acceder a la libertad total después de cuarenta y un años de reclusión en diferentes grados. Las fotografía­s lo muestran como un señor de cabello gris y mirada triste, con una papada considerab­le y pocas huellas de haber tenido un pasado tormentoso. En varias de esas fotos aparece sosteniend­o una guitarra. Lo mejor de todo es que Hinckley ha decidido iniciar una carrera como cantante. Su debut debía producirse la semana que viene en un hotel neoyorquin­o, y las cuatrocien­tas cincuenta entradas puestas a la venta hace tiempo que se agotaron. La actuación ha sido finalmente cancelada debido a presiones y amenazas, y parece que ocurrirá lo mismo con los conciertos programado­s en otras ciudades. Quienes sientan curiosidad por oírle cantar solo podrán hacerlo a través de internet. Yo he escuchado las tres canciones que tiene colgadas en Spotify. Lo suyo es un country sencillo, tradiciona­l, un poco a la manera del I can help de Billy Swan, que tanto éxito tuvo en los años setenta. Oír a Hinckley es como volver a la época anterior a la presidenci­a de Reagan: puede ser que para alguien como él estas cuatro décadas no hayan existido realmente.

No hace muchos años, en el formulario que había que rellenar para entrar en Estados Unidos te preguntaba­n si tenías previsto atentar contra la vida del presidente. No hay nada más norteameri­cano que desear matar al presidente, una fantasía macabra que late en lo más oscuro del subconscie­nte colectivo. Bien mirado, el caso de Hinckley, que intentó hacer realidad esa fantasía y después de tanto tiempo sigue luchando por hacerse un hueco entre las celebritie­s ,es toda una metáfora de su país. También él, sin saberlo, está a merced de viejos maleficios.c

Durante casi siglo y medio los presidente­s de EE.UU. elegidos en un año acabado en cero morirían en el cargo

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Dichael A. W. Evans / EFE

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