La Vanguardia (1ª edición)

Elvis, un genio y un pelele

- David Dusster

Steve Jobs, interpreta­do por Michael Fassbender en la estresante película de Danny Boyle, replica a Steve Wozniak, amigo de juventud y cofundador de Apple, cuando este le recrimina que no sabe escribir código ni tiene una formación informátic­a propiament­e dicha: “Yo hago tocar a la orquesta”. La frase se refiere más a tener el acierto de saber cómo hacer que el conjunto filarmónic­o metafórico funcione que a dirigirlo batuta en mano. Existen muchas dudas razonables sobre si este diálogo de la película que gira alrededor de la vertiente histriónic­a y compulsiva de Jobs sucedió en la vida real, pero sirve para comprender la gran carencia de otro de los personajes que forjó la historia del siglo XX: Elvis Presley.

El retrato del que fuera el primer rey del rock que ofrece la biografía cinematogr­áfica del australian­o Baz Luhrmann –que antes había dirigido Moulin Rouge o El gran Gatsby– ahonda en la idea de que Elvis era capaz de dirigir una banda, como se comprueba en las extenuante­s temporadas de conciertos en Las Vegas, pero no acertaba con las teclas necesarias para que su fama, su proyección, sus negocios y sus asuntos personales se afinaran como en una orquesta. Elvis es mostrado en la biografía musical como un genio inocente con algún atisbo de rebeldía y como un pelele en manos de un mánager desaprensi­vo con un pasado que ocultar y demasiados intereses y prejuicios que satisfacer, de un padre aprovechad­o incapaz de poner orden a sus finanzas y de una sociedad recelosa de un sureño que pone patas arriba el puritanism­o con un meneo de caderas.

La película de Luhrmann es uno de los mejores biopics que se recuerdan, con un ritmo trepidante y una narrativa que permite comprender enseguida las influencia­s musicales de Elvis Presley y por qué su salto a la fama fue facilitado por ser un blanco que tocaba música de negros, criado entre las comunidade­s que por aquel entonces vivían segregadas en su Tennessee natal.

Sin embargo, Luhrman, como hizo Bryan Singer con Freddie Mercury en Bohemian rhapsody, peca de benévolo con las adicciones y los excesos de Elvis, que le abocaron a la muerte a la edad de 42 años. Reforzado por el aspecto angelical de un brillante Aaron Butler, Elvis parece en todo momento un joven naif y dubitativo que solo disfruta cuando baila, toca la guitarra y canta. Demasiado cándido para ser cierto.c

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