La Vanguardia (1ª edición)

El joven campeón no ha subido nunca colosos como el Galibier, la Croix de Fer, el Alpe d’Huez o el Hautacam

- Carl

rEl chico del mechón de pelo rubio. Podría ser el título de uno de los cuentos de Hans Christian Andersen, el escritor danés, autor de La sirenita, El soldadito de plomo, El patito feo o El traje nuevo del emperador. Pero ese chaval con el cabello rebelde, que se le cuela por las rendijas del casco, que se le asoma en sus momentos de máximo esfuerzo y que se ha hecho famoso porque es sinónimo de velocidad en la bicicleta, tiene a medio pelotón embelesado por su forma de correr y ganar. Mientras que a la otra mitad, la que debe competir contra él, los equipos que tienen ciclistas con aspiracion­es, la ha amedrentad­o por sus escasos puntos débiles, por las raras veces en las que no consigue su objetivo.

Donde pone el ojo, pone la bala. Así de infalible, así de aterrador es Tadej Pogacar. A los 23 años, el campeón esloveno busca alcanzar París con su tercer maillot amarillo en la tercera ocasión que corre la ronda francesa. No necesitó aprender, no requirió conocer, no tuvo que imbuirse del terreno.

El Tour de Francia siempre fue una historia para ciclistas rocosos, experiment­ados y sabios. Hasta que un día, el 19 de septiembre del 2020, para ser precisos, en la contrarrel­oj de La Planche des Belles Filles, apareció Pogacar y lo convirtió en un cuento para niños, en juego para imberbes. El Tour, que eran tres semanas de sufrimient­o, de agonía e ir al límite, pasó a ser jornadas de diversión, sinónimo de alocamient­o y aventuras. Por su culpa. O gracias a él.

Con su espectacul­aridad y sus ataques lejanos, el jefe de filas del

UAE vino a finiquitar el ciclismo de control, calculador­a y de neutraliza­ción que había impuesto el Sky –ahora Ineos– y que quería expandir más el Jumbo. En cada cabalgada de Pogacar hay cierto aire de redención, de liberación del yugo del aburrido ritmo de los gregarios y los bloques.

No sabe correr de otra forma ni le gusta guardarse. Siempre que está en liza pedalea por la victoria. Este 2022 ya suma 10 triunfos en 24 días de competició­n, entre ellos las generales en UAE Tour, Tirreno-Adriático y la Vuelta de Eslovenia, además de la clásica Strade Bianche, un cuarto puesto en el Tour de Flandes y el quinto en la Milán-Sanremo. Su peor resultado de la temporada es el décimo lugar en A través de Flandes, donde perdió 2m08 respecto a otro como él, que vive por y para el espectácul­o, Van der Poel. Sí, décimo. Vaya sacrilegio.

Si no sale a por el triunfo, prefiere entrenarse fuerte. No le gusta ir de paseo a las carreras. “No quiero quemarme. Físicament­e es posible correr más. Pero yo siempre quiero ganar, y eso es duro mentalment­e”, explica su postura.

Aunque nadie le pedirá explicacio­nes, ni su equipo ni los aficionado­s, porque ese estilo funciona y porque es una delicia para el espectador. Tan buen resultado da que su ambición a partir de hoy en la contrarrel­oj inicial de Copenhague y hasta el día 24 es ganar el tercer Tour seguido, algo que en las 108 ediciones anteriores solo lograron Bobet (53-55), Anquetil !n acci"n. (61-64), Merckx (69-72), Indurain (91-95) y Froome (2015-17).

Para ello va a tener que enfrentars­e a algo desconocid­o para él. No son los rivales, a los que ha vencido a todos, desde los dos Jumbo, Roglic y Vingegaard, se

Trianglen

La Sirenita

Kongens Nytorv

Bgundos del 2020 y 2021, al dúo que presenta el Ineos, los ganadores del Suiza (Geraint Thomas) y de País Vasco (Daniel Felipe Martínez), pasando por Vlasov, Caruso, Nairo Quintana, Mas o Bardet.

El gran enemigo de Pogacar, además del calor y del covid, es un recorrido clásico del Tour. Algo inédito para él, porque no ha pisado todavía los puertos míticos que han hecho legendaria la carrera. Colosos largos, tendidos, que obligan a más de media hora de tensión. En el 2020 subió Balès, el Marie Blanque, el Pas de Peyrol, Grand Colombier, el Col de la Loze, Plateau de Glières o La Planche des Belles Filles. Todos explosivos y cortos. En el 2021 coronó el Romme, Saint Lary, el Tourmalet, Luz Ardiden y el Mont Ventoux, un gigante que se le atragantó.

Pero en cambio nunca antes ha tenido que escalar el Galibier, el Granon, la Croix de Fer, el Alpe d’Huez, wl Val Louron, el Aubisque y el Hautacam. Esos grandes nombres tienen un peso diferente, encarnan la tradición y el relato épico. Serán como la tela que no engaña. Esas cimas separan a Pogacar de la eternidad a la que aspiraban también las hadas del viento de Andersen.c

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