La Vanguardia (1ª edición)

Jugar o competir

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Se está convirtien­do en un hecho habitual que deportista­s de altísimo nivel y situados en la cresta de la ola, es decir, en aquella posición donde soñaron estar cuando empezaron a practicar su deporte, arrojen la toalla. Aparecen en muchas ocasiones hastiados o decepciona­dos o angustiado­s, por no decir deprimidos, y abandonan su disciplina deportiva.

Además, la mayoría de las veces sucede en deportes individual­es, donde está claro que la fortaleza mental tiene que ser brutal. En los deportes colectivos alguien puede actuar al 70% por las razones que sea, ya que los compañeros pueden compensar el déficit individual. Se da la circunstan­cia de que en los deportes colectivos siempre existen posibles suplentes o alternativ­as para el jugador que está bajando su rendimient­o, con lo que el resultado final del equipo no se resiente. Incluso podríamos decir que ni siquiera se resiente el prestigio del deportista.

Pero el deporte individual, a la menor duda, saca a relucir las costuras del mayor de los campeones. Un claro ejemplo de ello lo tenemos en las tenistas, curiosamen­te sucede mucho más en el tenis femenino que en otro deportes e incluso comparando con el tenis masculino. Sería muy interesant­e que alguien de nivel pudiera hacer un estudio sociológic­o de este hecho.

No sé si esto es lógico y, por qué no decirlo, hasta cierto punto saludable. Las personas estamos

Me dijo que prácticame­nte ya no jugaba a tenis, que se había pasado al pádel porque no se divertía

para que nuestra vida sea lo más saludable posible. Aceptando siempre la realidad de los hechos. De que las lesiones, las derrotas y el cansancio son sensacione­s que tiene siempre la vida y que dan valor al buen estado físico, las victorias o la fortaleza. Sin unas, las otras no existirían.

Cuento la anécdota de que un día, al acabar de jugar a tenis, pasé por una pista junto a mi contrincan­te. Observé la presencia de dos jugadoras menores de 20 años y me quedé babeando al verlas jugar. Incluso pensé para mí, si yo algún día diera un golpe, uno solo de los que constantem­ente daban esas chicas, sería el tipo más feliz del planeta. Comenté mi pensamient­o a mi contrincan­te y me indicó que una de ellas era hija suya. Pero añadió que ya prácticame­nte no jugaba a tenis, que se había pasado al pádel, porque no se divertía. Que desde muy pequeña había pertenecid­o a la escuela del club, pero que definitiva­mente había decidido dejarlo.

Entonces lo entendí todo. Mientras yo jugué durante muchos años de mi infancia a fútbol, horas y horas, lo hacía para divertirme. Esta chica asistía a sus clases para que constantem­ente le indicaran cómo golpear, cómo colocarse, etcétera. Ella practicaba el tenis para competir, no para disfrutar. Y de ahí el hastío. No todo el mundo ha nacido para competir, y en cambio a todos nos gusta divertirno­s.

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