La Vanguardia (1ª edición)

Los mármoles de la discordia Crecientes presiones al British para que restituya las joyas del Partenón

- Rafael Ramos Londres. Correspons­al

Los mármoles de Elgin deben ser desplegado­s en el lugar al que pertenecen, en un país de sol brillante y paisajes de Aquiles, en medio de montañas que hacen sombras y el eco del mar”. O sea, en Grecia. Son palabras poéticas de Boris Johnson, pero no como primer ministro británico sino cuando era un joven estudiante de las culturas clásicas en la Universida­d de Oxford.

El Johnson actual no dice eso. Cuando su homónimo griego Kyriakos Mitsotakis visitó Londres hace unos meses y le planteó el asunto (cuestión perenne en las relaciones bilaterale­s, algo así como Gibraltar con España), el líder conservado­r lanzó balones fuera y le dijo que es una decisión que no correspond­e al Gobierno sino al British Museum. Lo cual no es estrictame­nte cierto, porque un acta parlamenta­ria prohíbe al museo restituir piezas de su patrimonio. El pez que se muerde la cola.

Pero cada vez son mayores las presiones a la institució­n de Bloomsbury para que devuelva las joyas que compró a lord Elgin (embajador británico en Constantin­opla cuando Grecia formadarse ba parte del imperio otomano que “rescató” las piezas), y también los bronces de Benín y los tesoros de Etiopía que tiene en sus salas (pero sobre todo en sus sótanos, criando polvo, porque la mayoría raramente se expone al público).

Varios factores contribuye­n a ello. El Museo Horniman de Londres anunció la semana pasada la decisión de retornar a Nigeria los 75 “bronces” que forman parte de su colección, siguiendo los pasos de la Universida­d de Cambridge, la Galería de Arte de Aberdeen, el Smithsonia­n de Washington, el Antonino Salinas de Palermo y los gobiernos de Francia y Alemania. Paralelame­nte, está ya lista la tecnología 3-D que, con ayuda de un robot, permite hacer réplicas idénticas de los mármoles del British (y de cualquier otra pieza: ya ha “fotocopiad­o con éxito el Arco de Triunfo romano de Palmira, destruido en la guerra de Siria), con lo cual las copias podrían queen Londres, y los originales, regresar a su casa original.

Cada vez son más los personajes del mundo de la cultura del Reino Unido que dicen que ha llegado la hora de devolver los mármoles del Partenón. Pero sigue habiendo una considerab­le resistenci­a, con argumentos como que “en ninguna parte estarán mejor cuidados que en el British”; que ya llevan doscientos años en su famosa Sala 18 (poca cosa en comparació­n con los veinticinc­o siglos que estuvieron en su sitio original), a salvo de la lluvia ácida que los corroería en Atenas; que son parte integral de su colección y su identidad; que la cultura ha de ser “universal” y no “local”, y por tanto cuanto más repartidos por el mundo estén los tesoros cultura

heles, mejor, y que no se trata de un expolio como los bronces de Benín, porque Elgin pidió permiso para llevárselo­s y le fue concedido por las autoridade­s de la época (Grecia no era la misma entidad política que ahora).

Los mármoles y bajorrelie­ves de la discordia datan de entre los años 447 y 432 antes de Cristo, y fueron sustraídos del Partenón y otros templos de la Acrópolis por Thomas Bruce, un estadista escocés y séptimo conde de Elgin, después de encontrarl­os entre los escombros, destruidos después de un ataque a Atenas por parte de las tropas venecianas, y “comprardos” (según la versión inglesa), aunque fuera a precio de ganga. La visión griega, cada vez más compartida, es que el diplomátic­o utilizó medios ilícitos para hacerse con las obras y exportar las esculturas, que en cualquier caso los otomanos, como fuerza invasora, carecían de autoridad legítima para disponer de ellas, y una “reunificac­ión” está en orden.

Los británicos son partidario­s por abrumadora mayoría (59% a 18%) de que los tesoros sean devueltos

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