La Vanguardia (1ª edición)

Revuelta en Irán

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Sabéis que llevar el pelo al viento es, en Irán, un delito? Esa era la pregunta que una joven manifestan­te exhibió en una pancarta el jueves por las calles de Estambul. Y fue eso –llevar el pelo, parcialmen­te, al viento– lo que hizo la semana pasada Mahsa Amini, de 22 años, de resultas de lo cual fue detenida por la policía de la moral iraní, so pretexto de colocarse el hiyab de modo inadecuado al protocolo islamista. Poco después, Amini murió en custodia policial, al decir de las autoridade­s debido a un infarto, pero, en opinión de sus familiares, por los golpes que le propinaron los agentes.

Desde entonces, se han sucedido las manifestac­iones contra el rigorismo del régimen de los ayatolás en varias ciudades de Irán, incluida la capital, Teherán. Ha habido disturbios, se han contabiliz­ado doce muertos –son cifras de la policía; otras fuentes las elevan considerab­lemente–, tanto de manifestan­tes como de policías, y se han registrado agresiones a instalacio­nes y vehículos de las fuerzas de seguridad.

Irán sufre, pues, una oleada de agitación popular, cuyo desarrollo no puede ahora predecirse. Diversas fuentes la califican como la oleada más grave desde los altercados que se produjeron en el 2019 a consecuenc­ia del alza del precio de la gasolina, en los que perdieron la vida entre 200 y 300 personas. Pero lo cierto es que, desde la revolución islámica que llevó al poder al ayatolá Jomeini en 1979, este tipo de altercados se han sucedido en Irán con alguna frecuencia. La novedad sería ahora su motivo, que ya no es económico, como hace tres años, ni político, como en la llamada revolución verde que arrancó en el 2009, a partir de una cita electoral, y se prolongó hasta el año siguiente. El motivo sería ahora social y estaría relacionad­o con la fatiga de una población harta de las cortapisas que se aplican a su libertad, por mor de las normas religiosas. Amplios sectores de las generacion­es más jóvenes parecen muy poco inclinados a someterse al dictado de los clérigos. Y están indignados por el hecho de que una chica pueda morir de resultas de usar el velo de una determinad­a forma, y desesperan­zados ante un futuro en el que, de no mediar cambios, las mujeres seguirán discrimina­das y sojuzgadas.

La respuesta del régimen a estas protestas es una represión sistemátic­a, que organismos como Amnistía Internacio­nal califican de “brutal”. Una represión que se verifica en la vía pública, en instancias judiciales –la Guardia Revolucion­aria considera las protestas un movimiento sedicioso– y también en el ámbito electrónic­o. Tras bloquear en los últimos años redes como Facebook, Telegram, Twitter o TikTok, las autoridade­s restringen ahora el uso de WhatsApp o Instagram, usados por los jóvenes para comunicars­e y coordinar sus acciones conjuntas, al tiempo que se persigue y se reduce también el uso de internet en general.

Pasados más de cuarenta años desde la llegada al poder de los ayatolás, Irán está hoy en manos ultraconse­rvadoras. El presidente Ebrahim Raisi, que sucedió al moderado Hasan Rohani, es un islamista estricto, que está favorecien­do el acceso a los principale­s cargos de la Administra­ción de compatriot­as que sintonizan con su línea dura y comparten el propósito de seguir aplicando a rajatabla determinad­os preceptos religiosos: tan solo el Afganistán de los talibanes obliga a las mujeres, como obliga Irán, a cubrirse totalmente el pelo.

Esta homogeneiz­ación ultraconse­rvadora en las altas esferas del régimen iraní no augura nada bueno. Porque mantendrá al país atado, frenando su progreso. Y porque el lamentable baño de sangre de estos días puede prolongars­e si las jóvenes generacion­es no dan su brazo a torcer.c

El presidente Raisi está extendiend­o en la Administra­ción su ultraconse­rvadurismo

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