El guardián del ave marina más amenazada
El ornitólogo Pep Arcos lleva más de tres décadas volcado en el estudio y la defensa de la pardela balear, el ave marina europea más amenazada. Desde que era un estudiante de Biología en la UB, se sintió fascinado por este pájaro catalogado “en peligro crítico” de extinción. Su pasión surgió mientras veía revolotear a miles de pardelas desde la ventana de su habitación en su casa frente al Mediterráneo en Premià de Mar. Todo lo que veía lo apuntaba en sus cuadernos, que aún conserva.
Hoy estima que solo quedan menos de 3.000 parejas de esta especie. Su población está disminuyendo de forma alarmante, a un ritmo del 14% anual, lo que hace temer por su supervivencia.
Pep Arcos (responsable del área de aves marinas de SEO/BirdLife) capitanea un proyecto de investigación para definir una estrategia estatal de conservación de las diversas especies d e pardelas (balear, mediterránea y cenicienta), sujetas a amenazas parecidas.
El año pasado, atrapó frente a Barcelona a ‘Quimera’, la pardela más longeva, con 37 años
La preocupación mayor se centra en la pardela balear, toda una rareza. De color pardo oscuro en su parte superior y de tono blanquecino el vientre, el ave es reconocible por su vuelo a ras del agua; y, al igual que los albatros y petreles, es un animal oceánico, como exhibe en sus inmersiones hasta 30 metros bajo el agua.
Hace 25 o 30 años, en la costa catalana o levantina –recuerda– en invierno, antes de iniciarse la temporada de cría, se daban grandes concentraciones de pardelas (hasta 7.000) ansiosas de capturar sardinas o boquerones. Hoy eso es historia. “Ya no se ven estas concentraciones. A este ritmo, si no se remedia, siendo optimistas, se extinguirá en 50 años”, alerta.
La pardela balear solo cría en
Baleares y es la única especie marina endémica de España como reproductora (mientras que las demás pardelas crían en otras znas del Mediterráneo o el Atlántico). Arcos ha seguido sus pasos hasta los acantilados e islotes de Baleares y más difícil acceso, donde estas aves han tenido históricamente refugio, libres de depredadores. Ha visitado sus colonias, y las ha sometido a un seguimiento estricto. “Hay zonas donde están desapareciendo los nidos”, constata mientras recorremos la costa entre Cala Morell y Pont d’en Gil, en el noreste de Menorca, donde este jueves apenas se dejaban ver.
Sabe como nadie sus rutas. Desde las islas, las pardelas vuelan a la costa catalana o levantina (e incluso, al norte de áfrica) en busca de alimento. Recorren la costa de Barcelona, el delta del Ebro o el Golfo de León, antes de volver a sus colonias. Y, tras criar (finales de junio o principios de julio), ponen rumbo al oeste de la Península e, incluso, la costa de Bretaña, antes de regresar al Mediterráneo y visitar sus colonias en marzo. Arcos sigue sus vuelos leyendo los mensajes que envía el GPS y que él mismo les ha colocado.
Su trabajo también ha tenido jornadas motivadoras y casualidades tal vez proféticas. El año pasado, cuando navegaba en un pesquero frente a la costa de Barcelona capturando aves para colocarles GPS, llegó a atrapar a una pardela balear anillada en 1986, ya entonces adulta, y que se considera la pardela más longeva (unos 37 años). Luego, tras soltarla, constató que era Quimera, una pardela balear que tres años antes había sido el personaje protagonista