La Vanguardia (1ª edición)

El suizo puso término a más de 20 años de carrera jugando con Nadal en una noche llena de emociones

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Tiafoe, unos afortunado­s sparrings, hizo gala de su artístico revés, de su portentoso saque y de sus templadas voleas en la red. Todo ello entre bromas con Nadal, Djokovic y el resto del equipo europeo. Un ambiente distendido que humanizó una vez más a la leyenda.

El partido en sí fue una fiesta repleta de risas entre los cuatro protagonis­tas. Las conversaci­ones antes del saque entre Nadal y Federer dieron para bastante. Cualquier excusa fue buena para rebajar la tensión de un momento histórico. La victoria era lo menos importante, pero la pareja de grandes campeones fue competitiv­a hasta el extremo. Se impusieron en el primer set por un ajustado 6-4 y en el segundo dieron la cara a pesar del mayor empuje de sus rivales americanos. Cedieron 7-6 (2). En un emocionant­e supertiebr­eak final cayeron por 11-9.

Desde hoy la carrera de Federer ya forma parte de los libros de historia. Ya es inolvidabl­e su irrupción en el circuito con su victoria sobre Pete Sampras en el 2001, su primer triunfo en Wimbledon en el 2003, sus duelos con Nadal en Wimbledon 2008 y Australia 2009 o su victoria en Roland Garros 2009. A modo de despedida ganaría tres

Grand Slams más entre el 2017 y el 2018, después de cuatro años sin grandes victorias.

Después de más de 20 años como profesiona­l Federer pone fin al sueño de ser el tenista más laureado. Sin embargo, su legado es incomparab­le. Con su adiós algo se rompe. Se termina la era dorada del tenis. Esa en la que cuatro hombres elevaron este deporte hasta cotas insospecha­das. Federer fue el primero, el guía y el más venerado. Es el fin de una época. El adiós del tenista por excelencia.c

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