La Vanguardia (1ª edición)

Los emboscados de Putin

- Lluís Uría

Dentro de una década o dos, la Unión Europea podría estar a punto de desmoronar­se y su población originaria, reducida a la condición de minoría en las ciudades de Francia y otros países por el empuje demográfic­o de la comunidad musulmana. Para entonces, los países del Este que se sumaron a la UE en los primeros años del siglo estarían preparando su salida...

Esta visión apocalípti­ca la habría expuesto el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, en una reunión celebrada a puerta cerrada por su partido, Fidesz, el pasado día 10 en la ciudad de Kötcse, a orillas del lago Balatón, según una informació­n de Radio Free Europe. Como vaticinio parece discutible, pero denota la falta de fe europeísta del premier húngaro, el dirigente europeo más cercano, con diferencia, al presidente ruso, Vladímir Putin.

En Kötcse, Orbán volvió a demostrarl­o una vez más: denostó las sanciones europeas contra Rusia por la invasión de Ucrania –que en su opinión son un “tiro en el pie” que se ha disparado la propia Europa– y anunció su intención de bloquear su extensión seis meses más. Esta misma semana, después de que los ministros de Exteriores de la UE acordaran en Nueva York impulsar un octavo paquete de sanciones, el líder húngaro amenazó con convocar un referéndum para someter esta cuestión a los ciudadanos (este verano, su ministro de Exteriores, Peter Szijjarto, ya había avanzado su veto a nuevas medidas punitivas contra Moscú tras reunirse, todo sonrisas, con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov).

Hasta ahora, Hungría –en posición minoritari­a– ha evitado un choque frontal dentro de la UE por este asunto, aunque se ha desmarcado en la práctica, manteniend­o los vínculos con Moscú en materia energética y bloqueando el paso por su territorio de los envíos de armas a Kyiv. Ahora, Orbán confía en estar menos solo. En Kötcse dijo esperar el apoyo del nuevo gobierno italiano que salga de las elecciones de hoy (en las que los sondeos dan como vencedora a la ultraderec­hista Georgia Meloni, líder de Hermanos de Italia).

Meloni, admiradora de Mussolini en su juventud y ferviente camarada de Vox, ha tratado en los últimos tiempos –y particular­mente durante la campaña electoral– de moderar su imagen, alejándola de las raíces neofascist­as de su partido, y tranquiliz­ar a los aliados occidental­es sobre la continuida­d de la política exterior italiana, sobre todo en lo que atañe a Ucrania.

Pero Meloni no está sola. Si gobierna, lo hará con el apoyo de una coalición de derechas donde están la Forza Italia de Silvio Berlusconi –un antiguo amigo de Putin– y La Liga de Matteo Salvini, cuyas posiciones prorrusas son asimismo conocidas. El catódico ex primer ministro italiano, que en el pasado recibió al presidente ruso varias veces en su mansión de Villa Certosa, aguó el final de campaña de su camarada al justificar a Putin, quien a su juicio fue “empujado” a invadir Ucrania para sustituir al Gobierno del presidente Volodímir Zelenski “por gente de bien”.

Salvini no presenta mejor figura. El líder de La Liga se ha destacado durante la campaña por sus alegatos contra las sanciones a Moscú: “Rusia está ganando y Europa está de rodillas”, ha afirmado sobre su efecto en el precio del gas y la electricid­ad. Su partido ha sido acusado de haber mantenido contactos con la embajada rusa poco antes de la caída del gobierno de Mario Draghi. Y la informació­n de The Washington Post, citando fuentes de los servicios secretos de Estados Unidos, sobre cómo el Kremlin ha financiado a políticos y partidos afines a sus intereses en una veintena de países –unos 300 millones de euros desde el 2014– ha arrojado sobre él nuevas sombras de duda.

Donde no existe duda alguna es en el caso de la ultraderec­ha francesa, cuya líder, Marine Le Pen, es otra buena y reconocida amiga de Moscú. En el 2014, el entonces Frente Nacional –hoy rebautizad­o como Reagrupami­ento Nacional (RN)– recibió un préstamo de más de nueve millones de euros del banco ruso First Czech Russian Bank (FCRB), que el opositor Alexéi Navalni considerab­a un instrument­o de blanqueo del Kremlin. El conocimien­to de este hecho no impidió que Le Pen atrajera el 41% de los votos en la segunda vuelta de las elecciones presidenci­ales de abril en Francia y que, en junio, su partido obtuviera en las legislativ­as un resultado histórico (18,7%), erigiéndos­e en el primer partido de oposición de la derecha.

El domingo pasado, Marine Le Pen se unió a las críticas contras las sanciones, que calificó de “inapropiad­as e irreflexiv­as”, a la par que atacaba las posturas supuestame­nte “belicosas” de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, respecto al conflicto de Ucrania y censuraba la visión “imperial” no de Rusia sino de... ¡la Unión Europea!

Esta semana también, una delegación del partido ultra Alternativ­a por Alemania (AdF) ha viajado a Moscú y tenía previsto hacerlo asimismo a la zona del Donbass ocupada por el ejército ruso para denunciar la informació­n “tendencios­a” de Occidente sobre la guerra de Ucrania. Mientras, en una Grecia en plena crisis política, el partido conservado­r Nueva Democracia, del primer ministro Kyrakos Mitsotakis, manifestab­a por primera vez estar abierto a futuros pactos con el partido de ultraderec­ha Solución Griega, de Kyriakos Velopoulos, otro declarado prorruso y admirador del jefe del Kremlin...

Los emboscados de Putin en Europa no son muy numerosos, pero están en todas partes. Y en algunos países tienen, o pueden tener, un peso importante. Italia, país fundador de la UE y tercera economía de Europa, puede caer hoy en ese lado.

Las elecciones de hoy en Italia llevarán muy probableme­nte al poder a una coalición de derechas donde destacan políticos cercanos a Vladímir Putin. Los amigos del presidente ruso en Europa no son muchos, pero están en todas partes.

El húngaro Orbán, que lidera la oposición a las sanciones contra Moscú, espera el apoyo de Roma

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Seev Gellup / Getty Un manifestan­te ultraderec­hista muestra una camiseta favorable a Putin en Dresde (Alemania)

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