La Vanguardia (1ª edición)

EL EPO TAJE

La muerte de una joven por llevar mal colocado el velo en Irán ha desatado la mayor protesta en años contra el régimen

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Faridé se ha bajado hace pocos minutos del autobús en las cercanías de la glorieta de Valiasr, en el corazón de Teherán. Va al estudio donde trabaja y, como unas cuantas mujeres que caminan a esa hora del mediodía por las calles, se ha dejado caer el velo hacia atrás. Al descubiert­o ha quedado el pelo pintado de azul que lleva a la altura del cuello. No pasa desapercib­ido; una mujer mayor, cubierta con estricto chador negro, se le acerca y le habla durante unos minutos.

“Pensé que me iba a recriminar, pero me contó que antes de la revolución era común ver a mujeres como yo, sin velo. Que entonces era normal”, cuenta Faridé, de 35 años, cuando le pregunto qué ha pasado. “Me ha dicho que tenga cuidado, que no quiere que la policía lleve a las mujeres a la cárcel”. Esta escena puede parecer extraña, pero no es una excepción. Hay mujeres tradiciona­les que nunca se quitarían el hiyab –o incluso el chador– llevan tiempo expresando la necesidad de una convivenci­a pacífica entre quienes defienden otros modelos de vivir. Incluso critican la forma de actuar de la policía de la moral, pero esta voluntad no es compartida en lo más alto del Nizam que desde la victoria de la revolución en 1979 puso el velo en el centro de la defensa de la República Islámica.

Muchas jóvenes que deciden vestir de una manera más laxa son asediadas por mujeres religiosas que comparten la idea de la República Islámica de que deben ir cubiertas. Les regañan, les exigen que se cubran y muchas veces las denuncian a la policía. El viernes, cientos de mujeres que comparten esa manera de pensar fueron a una marcha proguberna­mental. Pero la determinac­ión de gran parte de las jóvenes es más grande que el miedo.

Momentos antes del encuentro con Faridé, el jueves por la mañana, otra joven con el velo caído se abrió paso desafiante entre dos mujeres cubiertas con el chador. Las adelantó y siguió caminando desafiante. Era evidente que quería mandar un mensaje. “Nuestra indignació­n ha encontrado un lugar común con el asesinato de Mahsa y nuestra rabia ha explotado repentinam­ente. Al igual que nuestro deseo de hacer algo”,

Eco global.

Las mujeres jóvenes que se dejan caer el velo hacia atrás son blanco preferido de la ‘policía de la moral’

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