Bruselas, perpleja ante las cargas del 1-O
Tras publicar El naufragio: la deconstrucción del sueño independentista, la directora adjunta de La Vanguardia, Lola García, vuelve ahora su atención a Madrid para hurgar en las motivaciones y los argumentos de quienes afrontaron los convulsos acontecimientos de otoño del 2017 en Catalunya. A partir de entrevistas con los protagonistas de esos años, la autora trata de explicar “cómo lo vieron desde la Moncloa o también desde el palacio de las Salesas, sede del Tribunal Supremo, es decir, desde dos de los poderes concernidos. No es una crónica exhaustiva de acontecimientos, sino pinceladas que explican por qué se tomaron determinadas decisiones”.
El muro
Península junto a Miguel Fernández Palacios, consejero de asuntos parlamentarios en la Representación Permanente de España ante la Unión Europea, y González Pons, acuden al despacho de Timmermans. Faltan dos horas para pronunciar el discurso. Empieza una discusión para convencerle de que elimine del texto la referencia a una mediación entre Catalunya y España. Le advierten de que ello puede provocar un conflicto de primer orden entre Madrid y Bruselas. Timmermans se resiste. No tanto por el fondo, sino porque considera que su obligación es ejercer de sustituto de Juncker y, por tanto, leer el texto tal como lo dejó el presidente de la CE. Pero ahora resulta imposible contactar con él durante el vuelo y hay que tomar una decisión. La discusión sube de tono, acaba siendo muy acalorada. En algún momento, los enviados españoles están tentados de arrebatarle los papeles que están viendo encima de la mesa… Finalmente, logran su objetivo. Timmermans cede y lee el discurso con una velada alusión a Catalunya, referida a la necesidad de respetar la Constitución española. Tanto Selmayr como Juncker actúan movidos por el impacto de las imágenes del 1-O. Nadie del Gobierno de Rajoy había tenido la prevención de telefonear al presidente de la Comisión después de aquella jornada para influir en sus consideraciones sobre lo ocurrido. Cuando aterriza en la India, se le localiza y se le explica lo ocurrido, Juncker da su aval a la decisión finalmente adoptada. A partir de entonces, el Ejecutivo de Rajoy se pone manos a la obra para garantizarse que ningún Parlamento de un país europeo apruebe resoluciones que puedan servir de apoyo al independentismo catalán. Dinamarca o las repúblicas bálticas preocupan especialmente. También Eslovenia, que tiende a identificarse con Catalunya. En muchos de esos países el movimiento independentista ha hecho una labor de explicación exhaustiva y fervorosa de su causa durante los últimos años, así que no resulta fácil revertir el estado de opinión de sus dirigentes políticos. Otros Estados, como Alemania o Francia, no dudan en respaldar al Gobierno español. El Reino Unido es un caso algo peculiar. En las negociaciones comunitarias, todo apoyo tiene un precio. Así que, cuando España pide a los británicos su apoyo en este asunto, Londres reclama a cambio que Madrid se comprometa a vetar un eventual ingreso de Escocia en la Unión Europea. La petición expresa la hace el embajador británico y se le garantiza que será así. Hace un año que ha tenido lugar el referéndum que avala la salida del Reino Unido de la Unión Europea. El Brexit está en plena negociación y Escocia reclama mantenerse bajo el manto comunitario y empieza a pedir un nuevo referéndum sobre su independencia. Ese es el contexto del favor que pide Londres y que le es concedido. En esta actividad frenética para impedir un apoyo internacional al independentismo, aunque sea de algún país aislado, se enmarca el discurso del rey del 3 de octubre. ●