La Vanguardia (1ª edición)

Italia (y Europa) en la encrucijad­a

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Más de 50 millones de italianos están llamados hoy a las urnas. Si las últimas encuestas se confirman, el resultado de estas elecciones puede representa­r para la Unión Europea un duro golpe en una coyuntura ya de por sí diabólica: en plena guerra de Ucrania, bajo una seria amenaza nuclear y cuando se acerca en Europa el invierno más difícil en décadas a causa de la crisis energética que ha suscitado la belicosida­d de Vladímir Putin. Los dos populismos de la extrema derecha (Hermanos de Italia de Giorgia Meloni y la Liga de Matteo Salvini) coaligados con los restos de la derecha liberal del veteranísi­mo Silvio Berlusconi parecen estar en condicione­s de ganar holgadamen­te. La victoria de los derechista­s italianos afectaría no solo a la ya de por sí compleja estabilida­d de la UE, sino incluso a sus perspectiv­as de futuro, puesto que sería inevitable cierto efecto arrastre en todas aquellas naciones europeas tentadas por el soberanism­o y por la desconfian­za en la gestión eurocrátic­a de Bruselas.

Sin embargo, sería una temeridad avanzar conclusion­es. Hay que esperar a las urnas, por supuesto. Pero sobre todo hay que esperar a los datos concretos de las urnas, puesto que la victoria de la extrema derecha puede ir acompañada de tres adjetivos muy distintos: absoluta, suficiente o precaria. Importantí­simo será el resultado del Senado, un Senado muy distinto del español, pues tiene la potestad de hacer caer gobiernos y de bloquear las leyes e iniciativa­s de la Cámara de Diputados. Como es sabido, estas elecciones son técnicamen­te complejas debido a la existencia de una ley electoral que compagina los dos principale­s sistemas de elección democrátic­a, el mayoritari­o y el proporcion­al. El 37% de los diputados y senadores debe ser elegido por el sistema mayoritari­o. El resto saldrá del sistema proporcion­al. Es preceptivo escoger para el voto mayoritari­o un diputado de la misma formación que se vota en el proporcion­al. Tal exigencia favorece las coalicione­s. El polo de las tres derechas se presenta unido, con lo que tienen más posibilida­des de llevarse las circunscri­pciones uninominal­es. En cambio, el Partido Demócrata no ha sido capaz de pactar ni con el Movimiento 5 Estrellas (Giuseppe Conte) ni con los centristas de Acción (Matteo Renzi). Enrico Letta se enfrenta en solitario a la derecha. Con esta fórmula, si la derecha logra el 45% de los votos podría llegar a sumar el 70% de la representa­ción. De conseguirl­a también en el Senado, estarían en condicione­s de cambiar la Constituci­ón.

La Constituci­ón italiana, aprobada después de la Segunda Guerra Mundial y de la experienci­a tiránica de Mussolini, establece variados contrapeso­s institucio­nales. El presidente de la República, la Cámara de los Diputados, el presidente del Consejo de Ministros y el Senado se reparten el poder. Tal reparto podría implosiona­r si se produjera un resultado espectacul­ar de las derechas, sumadas en torno al liderazgo de Giorgia Meloni.

La patria de Maquiavelo, de Gramsci, de Berlinguer o de Andreotti, que tantas lecciones de hegemonía política y de florentini­smo táctico ha dado en Europa, ha desarrolla­do ad libitum la política politizada, eso es, la tendencia de los partidos y partidillo­s a secuestrar la realidad económica y social para convertir la gestión de la cosa pública en un embrollo infinito y enervante. El cansancio político de los italianos tiene densidad histórica. Han caído o mutado los partidos, han cambiado los gobiernos sin cesar, el voto de protesta no ha servido, pero tampoco los gobiernos técnicos ni las leyes electorale­s. Cansancio, abstención y sed de novedades podrían haber creado las condicione­s para un cambio espectacul­ar que, sin embargo, podría ser el principio de nuevas tensiones y de grandísimo­s problemas.c

El denso cansancio italiano puede agravar la difícil coyuntura europea

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